ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Armando desarrolló, en paralelo a su labor de saxofonista, una brillante carrera como arreglista e investigador. Foto: Archivo de Granma

Hace muchos años, durante mi etapa de estudiante de música en la Escuela Nacional de Arte, un profesor de armonía nos animaba a ampliar nuestros conocimientos sobre la asignatura a través de un método por correspondencia, procedente de Estados Unidos, que había sido introducido décadas antes, en Cuba, por Armando Romeu.

De esa manera, fui a su encuentro un miércoles, en la ya desaparecida Escuela de Superación Profesional Ignacio Cervantes (inmueble que hoy alberga a la acdam). Allí, en una amplia y calurosa aula, Armando revisaba papeles y transcribía música, mientras fruncía el ceño, debido a su mala visión.

Me dio una copia del mencionado método y me pidió que se la devolviera a la semana siguiente, con su tono de profesor exigente, pero de voz apacible, que aún conservo en la memoria. Lejos estaba yo de imaginar la grandeza del maestro que tenía ante mí, y la oportunidad única que significaba conversar con él.

Armando Romeu nació en 1911 y fue director de orquesta, arreglista, flautista y saxofonista, principalmente de jazz y de música cubana; para muchos de nosotros constituyó el eslabón entre esta y el jazz, así como el pionero e introductor de métodos, standards y estilos que cruzaban ambas culturas sonoras.

Desde muy joven tuvo aptitudes notables para escribir, orquestar y transcribir, y, gracias a eso, muchas orquestas cubanas pudieron tocar temas popularizados por las bandas de estrellas como Stan Kenton, Duke Ellington, Tommy Dorsey, Dizzy Gillespie y otras.

Armando desarrolló en paralelo a su labor de saxofonista una brillante carrera como arreglista e investigador; llegó a dominar, de manera muy especial, casi todos los matices del jazz, y supo, atinadamente, entender qué podía agregársele o no a nuestra música, y así dotarla de un ropaje singular.

A partir de los años 40 del siglo pasado dirigió la orquesta del cabaret Tropicana y, según Leonardo Acosta (en una entrevista para un documental sobre Armando, que hice hace varios años), esa etapa fue vital para la renovación del lenguaje sonoro orquestal de la época, porque la agrupación no sonaba a jazz norteamericano ni a música cubana, sino que era una simbiosis irrepetible y mágica.

Tanta era su gracia para escribir que fue precisamente él quien hizo los arreglos orquestales para las grabaciones de Nat King Cole en La Habana; y, como dato curioso, hay que acotar que la agrupación acompañante fue la mismísima orquesta de Tropicana, por la que pasaron figuras como Leopoldo Escalante, Generoso Jiménez, Rafael Palau, Félix Guerrero, Bebo Valdés, Guillermo Barreto y otras.

Armando también dejaría su huella en la Orquesta Cubana de Música Moderna, a partir de su creación en 1967; allí fungió como arreglista y director invitado en algunas de sus presentaciones; todo eso, mientras continuaba su trabajo como profesor y orquestador en otros proyectos.

Aún hoy causa muy buena impresión su orquestación de El manisero, en la cual se aprecia el uso de los diferentes planos sonoros por las secciones de viento y que fueron utilizados muy hábilmente. Logró no solo un efecto moderno para su tiempo, sino un manejo armónico y rítmico tales, que no dejan dudas de su genialidad. Armando fue, sin duda, el padre del jazz en Cuba.

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