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Marta de Santelices. Foto: Instituto Cubano de la Música

La noticia de su muerte, hace pocos días en La Habana, sin duda una de las más importantes exponentes del bolero y la canción cubana, nos hace reflexionar sobre una manera de interpretación muy singular en la Cuba de los años 60.

A Marta de Santelices podemos situarla en la perfecta comunión musical de un estilo casi único, que abarca no solo esa década, sino que posee sólidos antecedentes morfológicos y estéticos avalados por la irrupción de diferentes corrientes en la música cubana.

No podríamos hablar del desarrollo de la canción o del bolero en Cuba sin todos los aportes directos de la trova y el auge del filin, este último un afluente importante en la consolidación de una forma de abordaje único y adelantado a su época.

Si bien el ascenso de cuartetos como Las D’Aida ya estaba consolidando una estética musical a partir de canciones de autores como Adolfo Guzmán, Orlando de la Rosa, César Portillo de la Luz o el boricua Rafael Hernández, entre otros, la escena sonora entronaba grandes voces femeninas que dinamizarían, desde la década del 50, el bolero en Cuba: Marta Strada, Amelita Frades, Olga Guillot, Fredesvinda García (Freddy), (…) serían las que darían color a la noche y bohemia habaneras. Dentro de esa gran explosión musical, y con variopintas herencias interpretativas, nacería posteriormente otra generación de mujeres cantantes que, llegadas desde diversas tendencias y caminos artísticos, seguirían aportándoles al bolero y a toda su hibridación resultante.

Así, Marta de Santelices comienza un camino para irse convirtiendo en una importante figura que, a la larga, sería una simbiosis entre las varias formas de renovación del bolero y la canción romántica, signada por los aportes musicales ocurridos, sobre todo, a partir de los 80. Y no solamente fue una cantante marcada por un repertorio, sino que, dentro de sus múltiples desdobles interpretativos, fue capaz de incursionar en zonas como el son, la guaracha y la música infantil.

En su estilo hay énfasis en una distinción interpretativa que se yergue como una artista con evidente basamento sonoro en una época antes descrita, aunque también contenga los códigos de estos tiempos. Su timbre, auténtico y con un color peculiar, podía llevarnos desde la más diáfana felicidad hasta el desgarramiento más desolador, gracias también a su histrionismo y su profesionalidad como artista. Incluso, en tiempos en que varias tendencias de nuestra música han sido cargadas de influencias no siempre auténticas, Marta prefirió seguir distinguiendo su obra con elegancia y adicionar recursos sonoros verdaderamente genuinos, sin abaratamientos estéticos.

Su muerte va dejando atrás una época musical, un avistamiento que tal vez no se repita o que tarde en aparecer debido a los constantes vaivenes de la industria y el arte de estos tiempos. Pero siempre habrá un momento para regresar a ella y a todo el legado de autenticidad que nos deja.

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