En tiempos recientes, y coincidiendo con el levantamiento de las restricciones de movimiento (tomadas durante la pandemia de la COVID-19), diversos músicos cubanos han retornado a sus habituales circuitos promocionales y presenciales. Estos caminos de presentaciones llevan a la par las dos y más importantes brújulas de nuestros artistas: el escenario nacional y el internacional.
Para nadie es un secreto que los músicos cubanos poseen una arraigada presencia en diversos festivales y eventos en ambas direcciones, pero a pesar de los intensos debates librados durante años, aún no mejoran las condiciones para lograr la reinserción de figuras de primera línea en la programación nacional.
No todo es tan malo, mucho menos catastrófico, aunque bien pudieran sopesarse algunas ideas para lograr un equilibrio entre propuestas de mejor talante en cuanto a la equiparación de posibilidades musicales.
En ese sentido, pensar que el éxito internacional de un artista se debe a mecanismos de banalización musical es una errada mirada sobre el fenómeno de nuestra realidad sonora, como también lo es la manera en que no ponderamos el desarrollo de nuestros propios eventos nacionales.
Por cuestiones inherentes al difícil acceso que tenemos hacia mercados foráneos y medios de financiamiento, nuestros artistas dependen casi exclusivamente de un empresario que sea capaz, obviamente mediante contrato, de garantizar una serie de compromisos legales, económicos y promocionales para poder realizar una gira fuera del país.
Ello, con el consiguiente hándicap del bloqueo norteamericano para futuros pagos, o incluso temas de visado hacia el propio ee. uu. o Puerto Rico, por ejemplo, lógicamente encarece una serie de pasos que, en otro contexto, serían de menores riesgos para quien organiza determinado evento. También se traduce en que algunos prefieran no enfocarse en mercados turbulentos, en lo económico y también en lo político.
Debe sumársele a toda esta enrarecida madeja una realidad: nuestras orquestas o grupos viajan en su totalidad desde Cuba, y los empresarios no acuden a la práctica –común en todo el mundo– de llevarse solo al cantante o al director musical y agrupar diferentes músicos locales en cada ciudad que se presenten. Eso es un logro.
Pero viéndolo desde un prisma jerarquizante, ¿debe un artista cubano cotizado internacionalmente, apostar solo por ese camino? ¿Qué debiera hacerse para colocarlo en otros nichos de consumo nacionales? ¿Ocurre con frecuencia?
No siempre hay reglas sobre estas particularidades y no pueden estigmatizarse a unos ni a otros, aunque ciertamente existen músicos que ya tienen bien establecidos sus públicos y sus propuestas dentro y fuera de Cuba, por diversas vías, con una discográfica nacional o foránea, con una empresa de la música, un equipo de producción y management independiente u otras variantes.
Como sea, deben activarse mecanismos comerciales más atractivos desde el plano nacional, así como clarificar objetivos: no llevan la misma complejidad logística ni promocional una descarga en un bar que un concierto en teatro para 2 000 personas, por lo tanto, sus derivaciones de convocatoria deben tener metas conceptuales bien definidas para cada público y mercado.
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