
El presente año 2014 ha estado marcado por una efeméride especial para la cultura universal: el aniversario 450 del natalicio de ese genio llamado William Shakespeare. Su vasta obra creadora logró colocarlo en el más alto sitial como poeta y dramaturgo, especialmente por el amplio registro que abordó, donde pueden verse reflejadas pasiones, impulsos y facetas del corazón humano, como el amor, los celos, el odio, la duda, la venganza, la avaricia y las ambiciones desmedidas, entre muchas otras.
Aunque en la obra shakesperiana la danza no ocupa un lugar de especial relieve como temática o como elemento referencial dentro de ella, lo cierto es que ningún otro escritor ha logrado como él servir de fuente de inspiración a otras manifestaciones del arte y la cultura en general. La composición musical, el teatro dramático, la ópera, la opereta, la comedia musical, las artes plásticas y el cine, no han dejado, por más de cuatro siglos, de tenerlo como faro. La danza en todas sus formas, y muy especialmente en la del ballet, por ser la más antigua de sus formas espectaculares en el llamado mundo occidental, ha encontrado en sus obras, ya sean estas las tragedias, las comedias o su obra lírica, una riqueza inagotable para la creación.
A un genio de la talla del francés Jean George Noverre, el gran reformador del ballet en el siglo XVIII y creador del género denominado “ballet de acción” debemos el primero de esos acercamientos, al estrenar su compañía en Stuttgart, Alemania, en fecha tan temprana como 1761, una versión de su tragedia Antonio y Cleopatra. En ese llamado Siglo de las Luces subieron también a escena las primeras versiones de cuatro de sus obras maestras: La Tempestad, de un coreógrafo desconocido, en el Teatro del Rey de Londres, en 1774; Romeo y Julieta, por el italiano Eusebio Luzzi (Venecia, 1785); Macbeth, por el francés Charles Le Pic (Londres, 1785) y Hamlet, por el italiano Francesco Clerico (Venecia, 1788).
En el siglo XIX continuaría ese valioso nexo con las representaciones de Otelo (1818) y Coriolano (1804) por otro grande de la coreografía, el italiano Salvatore Vigano, bailarín, maestro, coreógrafo y director del Ballet de la Scala de Milán, y creador del novedoso coreodrama, que sentó las bases de un ballet grandioso, resultado de la técnica y la expresión, en estrecha relación con la música y las actitudes plásticas.
De estas obras monumentales y del resto de su legado, entre ellas Sueño de una noche de verano, La fierecilla domada, Mucho ruido y pocas nueces, y Las alegres comadres de Windsor, nos llegarían diversas versiones surgidas del talento de celebridades del periodo romántico del siglo XIX como Filippo Taglioni, Jean Coralli y Jean Aumer, y ya en el siglo XX y XXI las del georgiano-americano George Balanchine, los franceses Sergio Lifar y Maurice Béjart, los ingleses, Frederick Asthon, Kenneth Mac Millan y Antony Tudor ; el mexicano José Limón, los norteamericanos Jerome Robbins y John Neumeier, el alemán Tom Schilling y los rusos-soviéticos Bronislava Nijinska, Leonid Lavrovski, Yuri Grigororitch y Alexei Ratmanski.
Esa histórica y feliz unión hace más que válida la idea de que el 24 Festival Internacional de Ballet, a celebrarse en La Habana bajo la guía de Alicia Alonso, haya puesto esta celebración bajo el lema: Por Shakespeare, la danza.
Largo y fructífero ha sido el vínculo entre nuestra principal agrupación danzaria con el genio inglés. Una y otra vez sus coreógrafos lo han tenido como guía inspiradora, dejándonos un valioso y trascendente muestrario en su repertorio.
Durante once días, en las versiones de los coreógrafos del Ballet Nacional de Cuba y en las de otros creadores invitados que mostrarán las compañías y bailarines extranjeros invitados, la danza nos enriquecerá a cubanos y visitantes en el disfrute del legado de uno de los más extraordinarios exponentes de la literatura y el arte de todos los tiempos.
La obra shakesperiana y el ballet cubano
El genio inagotable de Shakespeare ha estado presente en el quehacer danzario de nuestro país por cerca de dos siglos. En una primera etapa se registraron dos importantes hitos, uno en el periodo colonial y otro en los primeros años de la etapa republicana.
El primero de ellos tuvo lugar el 23 de enero de 1823, cuando la Compañía estable del Teatro Principal de La Habana, el primero edificado en Cuba, en 1776, bajo el nombre de Teatro Coliseo, en las cercanías de la Alameda de Paula, dio a conocer una versión de Macbeth, con coreografía de Andrés Pautret, interpretada por su esposa María Rubio Pautret, bailarina procedente del Teatro de Cádiz, junto al también solista Antonio Sánchez del Águila. Fue el primer y único antecedente durante esa etapa de nuestra historia.
Ya en la República encontramos el segundo de esos hitos, durante la tercera visita a Cuba de la Compañía de la legendaria bailarina rusa Ana Pávlova. El 8 de diciembre de 1918, en el Teatro Oriente de Santiago de Cuba, el coreógrafo principal de ese conjunto, Iván Clustine, presentó una versión en un acto de Romeo y Julieta, con música del francés Charles Gounod, que tuvo como intérpretes principales a Wlasta Maslova y Alexander Volinine, partenaire habitual de la Pávlova.
A partir de entonces no se produjo en nuestro país ningún estreno que abordara, mediante el lenguaje coreográfico, el rico legado del escritor inglés. Sería el hoy Ballet Nacional de Cuba, a partir de su fundación el 28 de octubre de 1948, a quien correspondería ese compromiso, que arroja un saldo de 15 obras, realizadas por diez coreógrafos, siete de ellos cubanos y tres extranjeros.
En medio de la crisis que vivía por su enfrentamiento a los desmanes de la tiranía batistiana, el desamparado conjunto se dio a la tarea de crear su primera versión de Romeo y Julieta, hecho que marcó el estreno en América de la partitura musical homónima, creada por el ruso Serguei Prokofiev y llevada a la escena por primera vez en 1938, en la ciudad de Brno, por el coreógrafo checo Vania Psota y lanzada a la fama internacional dos años después por el Ballet Kirov, de Leningrado, con Galina Ulánova en el rol central femenino, en la versión del ruso Leonid Lavrovski, autor también del libreto que ha servido de base a decenas de montajes posteriores. Fue a Alberto Alonso, padre de la coreografía cubana, a quien le correspondería el honor histórico de realizar esa puesta, en cuatro actos, que tuvo su estreno en el Teatro Auditorium, de La Habana, el 20 de mayo de 1956, con Alicia Alonso e Igor Youskevich en los roles protagonistas, dirigidos musicalmente por el maestro Enrique González Mántici.
En julio de 1958 el propio Alberto volvería al drama de los desdichados amantes veroneses, pero esta vez apoyado en la también afamada obertura homónima de Chaikovski, que Alicia y Youskevich estrenarían en el Teatro Municipal de Caracas y que posteriormente incluyeron en sus programas de concierto por varios países de América Latina y el Caribe.
Al reorganizarse, ya con el nombre de Ballet Nacional de Cuba (BNC), la obra del bardo de Strattford-Upon-Avon volvió a enriquecer su repertorio con Ensayo Renacentista, pieza en un acto que significó un acercamiento de Lorenzo Monreal, bailarín y coreógrafo del conjunto, a la tragedia antes mencionada, esta vez con la música de Chaikovski, que tuvo su estreno el 19 de junio de 1965, con Aurora Bosch y Eduardo Recalt en los protagónicos.
Alberto Alonso, siempre urgido por la contemporaneidad, nos entregó, el 29 de enero de 1969, en el hoy Gran Teatro de La Habana, la interesantísima puesta Un retablo para Romeo y Julieta, en la que combinó los modos del teatro dentro del teatro, con la entonces novedosa música electroacústica. A la primera banda sonora confeccionada por Ángel Vázquez Millares, añadiría, un año después, los aportes musicales de Héctor Berlioz y Pierre Henry. La obra con unos imaginativos diseños de escenografía y vestuario de Salvador Fernández, contó con los aportes de Alicia y Azari Plisetski, y de Josefina Méndez, para quien Alberto creó la variación conocida como El lamento de Lady Capuleto. En ella la Méndez, con el solo apoyo sonoro de una percusión y la voz de la mezzosoprano Alba Marina, logró una interpretación que pasó desde entonces a la memoria histórica de nuestra balletomanía. Otro pilar de la coreografía cubana, Iván Tenorio, con su vasta cultura teatral, nos entregó en la década del 80, sus versiones de tres de las más conocidas tragedias del bardo inglés:
Macbetch (1980), con música de Barboteau, para las actuaciones de Alicia Alonso y Jorge Esquivel, en el Festival Spoletto-Charleston, en Estados Unidos; Hamlet (1982), apoyada en la música del Grupo Arte Vivo, y Los amantes de Verona (1986), con la conocida partitura de Prokofiev, ambas con María Elena Llorente y Lázaro Carreño como protagonistas.
Otros tres coreógrafos nuestros tendrían también como fuente de inspiración a Shakespeare: Iván Monreal, quien en 1989, crearía el pas de deux Romeo y Julieta; Jorge Lefebre, creador radicado en Bélgica quien aportó la variación femenina de su Romeo y Julieta, en 1990; y el talentoso y siempre versátil Alberto Méndez, quien en 1999 nos entregó su propia versión de la antes mencionada tragedia, con Lorna Feijóo y Nelson Madrigal como protagonistas.
Ese hermoso y exitoso ciclo shakesperiano lo culminó Alicia Alonso, al entregarnos su propia mirada de ese inmortal drama en Shakespeare y sus máscaras o Romeo y Julieta , que el 23 de julio del 2003 estrenara el BNC en la Nave de Sagunto, España, teniendo en los roles protagonistas a Laura Hormigón y Oscar Torrado, por entonces primeras figuras de nuestro conjunto danzario.
En ese acercamiento cubano a tan inagotable fuente de inspiración, no se pueden olvidar los realizados por dos importantes artistas del Ballet de Camagüey: Jose Antonio Chávez, con su Ofelia, dentro de una atmósfera musical de Richard Wagner (1982) y el Romeo y Julieta, de Osvaldo Beiro, con la conocida partitura de Prokofiev, en 1997.
Los aportes de creadores foráneos al repertorio del BNC han sido muchos durante estos 66 años de historia de la compañía y era de esperarse que la riqueza que emana de la obra del creador que ahora honramos, no les fuera ajena a ellos tampoco. En 1978, en ocasión del VI Festival Internacional de Ballet, el coreógrafo canadiense Brian MacDonald creó para el BNC su hermosa versión de Otelo, titulada Prólogo para una tragedia, con música de Bach, que tuvo en Amparo Brito y Andrés Williams a dos inolvidables protagonistas. En esta relación hay que incluir el Romeo y Julieta (1985), de Serge Lifar-Chaikovski, un pas de deux síntesis de toda la tragedia, al que aportaron sus talentos los primeros bailarines Ofelia González y Rolando Candia; y el pas de deux de La fierecilla domada, del sudafricano John Cranko, con música de Scarlatti-Stolze, que asumieron Teresita Bernabeu e Iván Monreal, integrantes del Taller La Joven Guardia.
El legado de Shakespeare ha estado vigente siempre en la historia del ballet cubano y así lo demostrará el BNC con sus reposiciones y con los nuevos aportes que traerán los coreógrafos extranjeros que ha invitado, para su disfrute en este 24 Festival, que honra tan especial aniversario.
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Fundación Shakespeare Argentina dijo:
1
24 de octubre de 2014
10:26:01
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