Llegan en formas insospechadas y sin previo aviso. Aparecen en forma de silbido, miradas, gestos o metáforas. Se les encuentra lo mismo en el hogar que en calles, parques, bodegas, tiendas, y centros laborales, porque, los piropos forman parte de la cotidianidad del cubano.
Pero, lamentablemente, la galantería camina en la actualidad por la cuerda floja. En el afán por llamar la atención, no son pocos los que recurren a la grosería sin el menor recato y “se pasan de la raya”.
Es ya usual escuchar en espacios públicos, cuando pasa una mujer físicamente agraciada, comentarios sexistas o miradas indiscretas que ponen a las damas en una situación incómoda.
Muchos se creen graciosos cuando lanzan un: Bruja, ¿dónde perdiste tu escoba?”; “Niña, contigo hasta la luna, no por lo linda, sino por la cara de cohete que tienes”; “Gorda, con ese cuerpo de escaparate y mis dotes de carpintero, tremenda pareja que hacemos”; o la pregunta capciosa: “mami, ¿todo eso es tuyo?”.
Otros suelen ser más lacerantes de la solidaridad femenina al arrojar “Esto sí es una mujer, no lo que yo tengo en la casa”. Entonces aflora una interrogante: ¿Acaso ellos se han detenido a pensar si con semejante grosería van a llamar la atención de una dama? No creo que estas se interesen por alguien incapaz de valorar los encantos de su pareja, y que, además, asume la vulgaridad como una forma de vida.
Algunos alegan que están cansados de exaltar la figura femenina sin recibir siquiera una sonrisa a cambio; pero ello no es excusa para cederle paso a la grosería.
El que un halago no haya sido retribuido con una sonrisa o un gesto de gratitud, no significa que no se valore y agradezca; a veces el elogio sorprende y deja perplejas y desarmadas a quienes lo escuchan.
También están las mujeres que prefieren eludir los halagos de desconocidos, y con recato ejercen su total derecho a ser respetadas por aquellos que no forman parte de su círculo de amigos o familiares; una actitud comprensible, si tenemos en cuenta que el lisonjeo, muchas veces, quebranta la intimidad y se traduce en acoso.
Recuerdo, por ejemplo, el comentario de una amiga a la que dejaron a medio camino entre Holguín y Bayamo porque decidió poner freno a un torrente de halagos incómodos propinados por el chofer del auto ligero que le servía de “botella”.
Lo más preocupante del asunto es que este no es un caso aislado. No son pocos los equivocados que abusan de una determinada ventaja para intentar sacar provecho, es decir, asediar a una chica.
Al parecer ellos no han entendido que los halagos verdaderos siempre van a estar en la línea del respeto, y que es un derecho de cada mujer el aceptar o no el lisonjeo.
Además, los piropos necesariamente no tienen que desembocar en un amorío, ni siquiera en amistad, pueden ser simplemente un gesto de cortesía que se ofrece desinteresadamente.
Sin embargo, nada mejor para empezar un nuevo día o tras una jornada agotadora que escuchar un elogio de un ser querido. Esas metáforas seductoras constituyen música para el alma.
Los hay tiernos: “Dejaron la puerta del cielo abierta y un angelito escapó”, o “No hay mejor dulce que el sabor de tus labios”.
Otros son más atrevidos: “Si cocinas como caminas me como hasta las raspas”, o “¿Crees en el amor a primera vista o tengo que volver a pasar delante de ti?”
También aparecen en tono jocoso: “Con la salsa que tú caminas y la cara de guanajo que yo pongo, hacemos tremendo fricasé”.
Por lo general, suelen ser los del género masculino los que piropean. No obstante existen algunas más valientes que eluden el machismo, casi endémico en la Isla, y se animan a halagar a los del sexo opuesto.
Lo cierto es que el piropo no es exclusivo de ningún género. Solo entiende de amabilidad y cortesía.
Su lenguaje es el entusiasmo, ese que se traduce en coqueteo y zalamería. No pasa de moda, sin embargo es preciso que la emoción del momento y la imaginación, no se traduzcan en grosería.
Entonces, si se anima a piropear que sea para endulzar el oído del destinatario. Las palabras de cortesía, expresadas con delicadeza y respeto, siempre serán bien recibidas, aunque la respuesta sea un simple silencio.
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