No es lo mismo un abrazo de bienvenida que de partida, y todo aquel que haya estado en el lance conoce sus particularidades emotivas.
Cuando uno es pequeño no le gusta que lo estén abrazando mucho; ni las tías besuconas, ni los tíos incapaces de medir las consecuencias de sus apretones rompehuesos.
Por lo general, los niños no suelen abrazarse. Comienzan a madurar el gusto cuando descubren que la compañerita del pupitre de al lado ya no es la tabla de planchar que era.
Poetas y románticos han dejado media vida en el intento de describir “el abrazo pasional único” sin tener en cuenta que, al igual que las olas, no hay uno solo que se parezca al otro.
En eso difiere del abrazo signado por el amor sublime, ese en el que una magia sin comparaciones deja a un lado las palabras y se encumbra en el silencio.
Los años pueden influir en que amigos que una vez se abrazaron con la fuerza de un oso lo hagan ahora con la energía de una hormiga en los ademanes del plantígrado.
Y los muchos abrazos sinceros que en la vida se han dado, sacan de la lista a los abrazos traicioneros.
Experimentos recientes realizados en universidades foráneas sugieren que el aumento de la frecuencia de abrazos podría ser un medio eficaz para reducir los efectos nocivos del estrés.
Pero sería impensable abrazarse solo con el ánimo de serenarse por el bien de nuestra salud, y más en fin de año, cuando ir de brazo en brazo en medio de las doce campanadas es un acto de futuro signado por los buenos deseos.
COMENTAR
Yeyo dijo:
1
31 de diciembre de 2014
20:45:46
JoseL dijo:
2
1 de enero de 2015
09:58:48
carlos andres dijo:
3
1 de enero de 2015
12:41:50
franco cocco dijo:
4
2 de enero de 2015
12:04:27
Verónica dijo:
5
2 de enero de 2015
23:27:42
Alejandra dijo:
6
3 de enero de 2015
16:31:07
marisabel dijo:
7
8 de enero de 2015
14:10:44
liset dijo:
8
8 de enero de 2015
15:52:13
Responder comentario