La maestra nunca lo podrá olvidar. Entre esas historias que saltan de primeras cuando le piden contar las maravillas espirituales que le debe a su profesión, está la de aquel diamante en bruto al que el esfuerzo personal convirtió en una joya llena de luz.
Aquella fábula de La perla y el diamante que un día llevó a la clase para sembrar una más de las enseñanzas que se beben de la literatura, le venía de maravilla. La perla altanera presumía de tener un gran valor por haber nacido de la mar azul, mientras le echaba en cara todo el tiempo al diamante sus orígenes “de negro carbón”.
La leyenda real, la que cuenta el inventario propio de ese alumno que ella identificaba con el diamante, tuvo demasiadas sombras. Nació de una madre con ciertos trastornos psicológicos y el padre nunca le dio la cara. Los abuelos se ocupaban del nieto y de la hija, que dando rienda suelta a sus instintos maternales se aparecía de vez en vez por la escuela para saber del niño, pero terminó recluida en una clínica de enfermos mentales.
Los tres años que conforman la secundaria básica lo tuvo la maestra sentado en su aula. Era reconfortante ver cómo aprendía el niño y cuánta atención prestaba a cada una de las clases. Solitario y poco aceptado hacía muchas veces preguntas que delataban una exquisita curiosidad. Pertenecía a un grupo en el que había un pléyade de estudiantes, la mayoría con todas las condiciones para obtener los mejores resultados docentes, es decir, padres dispuestos a bajar el sol para ponerlo a los pies del hijo, preocupados y ocupados por tareas, trabajos prácticos, y pendientes de cada una de las actividades evaluativas para apoyar las exigencias de la escuela y velar si eran acatadas en el tiempo solicitado.
El muchacho quería ser profesor de Química. Aun sin haberla estudiado —pues la asignatura se daba por primera vez en octavo grado— solía repetirlo. A fuerza de ver documentales o tal vez debido a otras razones que nunca comentó, sostenía con mucha fuerza ese criterio. Una pujante necesidad de dar había en aquel niño al que la vida golpeaba también con precariedades económicas. El sustento venía de su abuelo materno y de nadie más.
Las transformaciones adolescentes alcanzaron al estudiante que, ya en noveno grado, mostraba las sombritas de un futuro bigote. Un asomo de ciertos cuidados se dejaban ver en quien había sido hasta entonces desgarbado. Lo que sí no cambió en él fue su disposición para el estudio, su marcha constante para hacerse un profesional.
Pronto vendrían los exámenes de ingreso para el Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas —para nadie es un secreto que conseguir su matrícula es un afán de la mayoría de los padres y a veces ni con la familia entera apoyando al estudiante se puede lograr—. En la lista de los que se presentarían estaba su nombre.
Mucho escuchó hablar de los repasos, de las casas de estudio a las que iban sus compañeros, del padre o la madre de alguno de sus colegas que podían por sus conocimientos aclararles algunas dudas. Pero su mundo era otro. Tenía incluso que ayudar en la casa y visitar a su madre para poder verla.
Días antes del primer examen para la Lenin se le notó ausente en el aula. En la madrugada murió repentinamente el abuelo. Solo por algo así faltaría el jovencito a esas clases de donde únicamente podría tomar los conocimientos que le medirían en las pruebas.
En tales circunstancias se examinó. Casi cincuenta compañeros suyos se presentaron también. Los resultados en el centro fueron increíbles. ¡Veinte y siete estudiantes consiguieron la escuela y él estaba entre ellos!
En aquella fábula de La perla… el diamante le recordaba a la presumida que su mérito era muy común porque, viniendo del mar, a cualquiera le era muy fácil brillar; lo difícil es irradiar luz después de desandar un camino escabroso a fuerza de voluntad.
Y aunque esta historia se parezca a la fábula, no es invención. En la Lenin el joven descolló entre los mejores y, hecho un profesional, se llegó un día a la casa de la maestra que más lo recuerda. —¡Hola, profe!, ¿no se acuerda de mí? —Claro, mi niño. Tú eres inolvidable.
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