ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Fidel recorre Dong Ha. Foto: VNA

Jamás en la milenaria Hanói las calles habían lucido tan estrechas como en el mediodía del 12 de septiembre de 1973, cuando irrumpió en ellas la caravana. Las aceras trasmutaron –por algo más de dos horas– en cintas humanas bulliciosas, repletas de calidez.

Hasta ese día, nunca antes en Vietnam habían hecho uso de un carro descapotado para que un mandatario extranjero recorriera sus calles. Ahora lo hacían por primera vez, porque había llegado un amigo desde «el otro lado del mundo».

Suceso inédito y a la par riesgoso. De vez en vez en Hanói los b-52 estadounidenses rociaban bombas. Fidel lo sabía, pero ese peligro a él no lo detenía. Dos días después, tras recorrer la capital vietnamita, emprendería jornadas más arriesgada: el sur en guerra, aunque liberado.

DEL ATREVIMIENTO, PRIMER ASOMO

La idea –dicen– asomó de manera informal a mediados de 1970, cuando unos vietnamitas nos visitaban. Departía con ellos Fidel, y estaba Raúl Valdés Vivó, embajador de Cuba en Vietnam del Sur. «Tu Embajada es la que más me gusta de todas las de Cuba, pero no me has invitado a visitarla –le dijo el Comandante a Valdés Vivó–; estoy listo para ir tan pronto me inviten, y al riesgo que sea.

«O puedo ir a tu casita sin paredes de la selva (en referencia al lugar de Vietnam del Sur que acogía a la Embajada cubana). El aire debe ser allí muy puro». Los presentes rieron.

La intención de Fidel, cuyo mensaje en realidad buscaba oído vietnamita, resurgiría dos años después, durante una recepción en el país indochino. «Hanói es su casa (la de Fidel). Viene hasta sin avisar», le dijo Pham Van Dong a Valdés Vivó.

«Es que, para Fidel, Vietnam es ahora el Sur; ¿cómo llegar hasta aquí y no bajar (al sur)?», le hizo notar el Embajador cubano al Primer Ministro de la nación amiga. Pues –ripostó el premier– «debemos pensar la idea. Desde luego, será un secreto entre usted y yo».

Valdés Vivó prometió no revelar aquella conversación. Y… «a él (en alusión a Fidel) menos que a nadie, compañero Embajador», le pidió Pham Van Dong; «lo creo capaz de venir la semana próxima».

 

APRECIO Y TEMORES

En el afecto de Vietnam al líder cubano no encajaba la idea de que Fidel se arriesgara a visitar el sur del país en guerra. Del otro lado estaba el ejército más letal del momento y con las armas más destructivas, algo que el Comandante tampoco ignoraba.

Temeraria parecería la presencia del Comandante en Jefe en un escenario sembrado de minas sin detonar, en el que había espacio para el azar, la casualidad, y hasta para una acción premeditada de un enemigo enfermo de odio y provisto de medios para matar, y que mostraba obsesión por asesinarlo.

El propio Fidel, en una de sus reflexiones recordó el temor de los vietnamitas a que los yanquis pudieran detectar su presencia, e intentaran una acción criminal.

Pero el barbudo le prodigaba igual aprecio a Vietnam y a su pueblo, y por esa misma razón estimó que no podía evadir el escenario de la contienda contra la invasión estadounidense. «Si no voy al sur esta visita no tiene sentido», le expuso, respetuoso y amable, a la dirección vietnamita.

RUMBO AL SUR

Despegaron en la mañana del 14 de septiembre, en un an-24, desde un antiguo aeródromo militar francés en Hanói. Con el Primer Ministro cubano iba su homólogo vietnamita. Aterrizaron en las afueras de Quang Binh, en un aeropuerto en desuso –único de esa provincia–, y a 69 kilómetros de una base militar gringa.

El recorrido a partir de allí continuó por tierra, entre campos y ciudades arrasadas, y un cuadro de destrucción; herido el paisaje, repleto de fragmentos de armas y vehículos militares, testimonio del horror de una guerra que se saldaba con cerca de tres millones de vidas vietnamitas, y de unos 60 000 invasores gringos.

Dong Hoi, Vinh Linh; el puente sobre el río Ben Hai en el paralelo 17; Dong Ha, Cam Lo, la destruida base enemiga Carrol, y ruinas de la que fuera la famosa línea de McNamara, entre otras locaciones, acogían intercambios vibrantes del líder cubano con oficiales, soldados y pobladores, a los que les reiteraba su apoyo y admiración. 

«Solo viniendo a este lugar se puede comprender la magnitud del crimen que los imperialistas han cometido contra este pueblo –dijo en Vinh Linh–; se puede apreciar en toda su dimensión el heroísmo del pueblo vietnamita».

Pham Tung Thien era muy pequeño cuando Fidel expuso la vida en su tierra; la metralla estadounidense había dejado sin brazos al inocente que recibió al barbudo el 16 de septiembre, suceso del que la prensa local se hizo eco.

«Vas a encontrarte con un occidental fiel a nuestra causa», refiere haber escuchado Pham Tung, de boca de un combatiente vietnamita, cuando fue a recogerlo. Minutos más tarde, estaba en brazos de Fidel.

«Me tomó por las axilas, me condujo a la casa; con una mano me atraía hacia su pecho, me acariciaba como si yo fuera hijo suyo, o un pionero de su tierra al que no veía desde mucho tiempo; me decía cosas tiernas y sentimentales que yo no entendía; lloré».

MOTIVOS

Además de consecuencia, de afecto, de admiración, Fidel tenía otros motivos para ir al encuentro de aquella tierra. En tiempos de auge de la lucha anticolonial, la guerra de resistencia de aquel pueblo contra la ocupación estadounidense desbordaba la geografía vietnamita.

Sabía que allí, donde estaba siendo derrotado el imperialismo y se derrumbaba el mito de la invencibilidad de sus armas, era preciso alentar la lucha.

«El mundo tiene que agradecerle a Vietnam –razonó en Hanói, en su discurso de despedida–; con su resistencia le ha prestado un gran servicio a la humanidad».

Tal era el significado que le atribuyó a aquella lucha el único mandatario extranjero que, hizo acto de presencia, en plena guerra. Fidel llevó el abrazo de Cuba a la patria de Ho Chi Minh.

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