
La intervención militar en América Latina, Afganistán y otras partes del mundo, con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico por el Gobierno de Estados Unidos, es tan manida, poco original y sangrienta, como descarada y prepotente. Alentada por un Secretario de Estado sin escrúpulos, y a la medida de las circunstancias que él mismo genera y promueve entre halcones y magnates de la muerte, con la mentira como arma letal y las bombas para intimidar y matar.
Cientos de miles de víctimas confirman la histórica manipulación del tema: las estadísticas totales de las experiencias invasivas o las cruzadas con ese pretexto en Panamá, Afganistán o Colombia. O también, la cínica paradoja de que cada año siguen muriendo decenas de miles dentro de Estados Unidos, por adicciones que se convirtieron en crisis sanitarias, alimentadas internamente con la proliferación de la producción de drogas sintéticas en miles de laboratorios, y el negocio indetenible de los monopolios estadounidenses de medicamentos, que durante 24 horas, de manera legal, estimulan la esclavitud del consumo indebido.
Por ello, es tan natural que genere repudio y graves peligros a la estabilidad regional como Zona de Paz, la movilización por la Administración Trump, de más de 4 000 militares, entre ellos unos 2 000 marines, además de aviones, barcos y lanzamisiles, para patrullar en las aguas cercanas a Venezuela y el Caribe, una vez más con la píldora, ya poco digerible, de combatir a los carteles del narcotráfico, con una desproporcionada movilización.
Entretanto, promueve la satanización del Gobierno venezolano y sus líderes, con una millonaria campaña subversiva que pone precio a sus cabezas, a lo que sus aliados regionales y europeos siguen la rima con intereses mezquinos, y buscando sacar alguna ganancia a su complicidad.
El mundo racional, y verdaderamente amante de la paz, ha reaccionado con elevada preocupación a los «juegos de guerra» de Washington en el Caribe, imperio que ha hecho todo lo concebido, en sus manuales bélicos y de inteligencia, para derrocar por la fuerza al gobierno de Hugo Chávez, primero, y ahora a Nicolás Maduro.
Golpes de Estado, secuestros al Presidente, intentos de magnicidio, guarimbas, fabricación y financiamiento de falsos gobernantes, reclutamiento de traidores, robo de empresas y fondos millonarios en oro, bloqueo económico, política de asfixia, persecución y robo de aeronaves.
Muchas son las especulaciones y augurios de incremento de fuerzas militares estadounidenses, incluso de submarinos nucleares, para un virtual cerco a Venezuela en próximos días; una amenaza clara de agresión militar directa contra el hermano país, latiente y cercana geográficamente a sus fronteras, y posible con el denominado Gobierno de los peores en la Casa Blanca y sus dependencias.
«Detener el flujo de narcóticos hacia Estados Unidos y perseguir a los responsables» es el pretexto a la medida para justificar una acción militar, para intentar descabezar a la Revolución Bolivariana, pero con el mismo objetivo estratégico que los llevó a otros países ricos en combustible, víctimas de genocidios yanquis, como Iraq, Libia, Siria, Vietnam y muchos otros.
El plan es muy claro. Matar a Bolívar y su tropa del siglo XXI, con portaaviones, cohetes y submarinos, para robarse, con un baño de sangre, el petróleo de Venezuela.
El pueblo bolivariano de Chávez y Maduro, ganador de mil batallas, se alista para resistir y vencer, junto a la Fuerza Armada, ante los peores escenarios, y con la solidaridad de sus hermanos de todo el mundo.
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