ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Reuters

A pesar de la sinfonía de «éxitos históricos» que Donald Trump insiste en proclamar, la caprichosa realidad desafina. En estos primeros cien días de su «segundo acto», poco resultado puede presentar el mandatario republicano.

Por otra parte, tal pareciera que algunos de sus «elegidos» en el gobierno trabajan más para entorpecer su agenda, que para hacerla prosperar.

Un ejemplo es la troupe de Marco Rubio y compañía, entregados con fervor casi religioso a la estrategia de «máxima presión» contra Cuba.

¡Magnífico plan para... aumentar la emigración hacia EE. UU.! Porque, claro, ¿qué mejor manera de evitar problemas migratorios que incentivarlos? Sin dudas no parece viable dejar en tales manos problemas tan serios.

Trump ha implementado una agenda que parece sacada de una película de serie B con efectos especiales, una ofensiva antiinmigrante que haría sonrojar al mismísimo Drácula, tensiones con aliados tradicionales y una arriesgada política económica.

Desde el principio decidió que el Congreso era un mero adorno y se lanzó a gobernar a golpe de órdenes ejecutivas, firmando entre 140 y 170 de ellas, ¡como si fueran autógrafos!

En materia económica, las esperanzas de un rápido crecimiento y la repatriación de empleos se encontraron con la realidad de un sistema complejo y globalizado, mientras la política de imponer aranceles a todo el mundo generó incertidumbre y tensiones sin resultados concretos.

Intentó implementar la mayor campaña de deportaciones de la historia, recurriendo a medidas extremas, como el traslado de inmigrantes venezolanos a cárceles de máxima seguridad en El Salvador sin garantías legales de ninguna clase.

Así las cosas, su índice de aprobación ha caído a un mínimo histórico del 39 %, el más bajo para un presidente en sus primeros cien días desde la Segunda Guerra Mundial.

Por si fuera poco, ha desmantelado investigaciones sobre racismo institucional y revocado regulaciones que protegían a las personas transgénero en el empleo.

En política exterior, la Casa Blanca se ha convertido en una fortaleza aislacionista que cuestiona el valor de la OTAN y exige a los socios europeos que gasten más en defensa.

Ha mostrado un apoyo incondicional a Israel, promoviendo propuestas fascistoides como el reasentamiento forzoso de la población palestina y la reconstrucción de Gaza bajo control estadounidense.

Mientras, la paz prometida entre Rusia y Ucrania sigue siendo una quimera, a pesar de que juró y perjuró que la traería bajo el brazo nada más asumir la presidencia.

Tomar Groenlandia, ocupar el Canal de Panamá, convertir a Canadá en un Estado de la Unión, entre otras cosas, «enriquecen» la política exterior del presidente republicano.

Pero no todo son malas noticias, quedan sobre la mesa sus propuestas más «razonables»: colonizar Marte y viajar en el tiempo.

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