ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: TELESUR

El presidente estadounidense Donald Trump apenas sobrepasa su primer mes de mandato y, sin embargo, pareciera que ha estado en el cargo por un periodo mucho mayor.

Estas primeras semanas se han caracterizado por un frenesí de acciones que le han llevado a firmar cientos de decretos, retirar a su país de importantes organizaciones multilaterales, sabotear tratados internacionales, pretender el control sobre Groenlandia y el Canal de Panamá, negociaciones de paz con Rusia, despidos masivos de trabajadores federales, crudos enfrentamientos con Europa y, sobre todo, el anuncio de un amplio paquete de aranceles contra diversos productos y países.

Ha dicho Trump que la palabra arancel es «la más hermosa del diccionario», y, ciertamente, no desperdicia ocasión para expresarla. ¿Pero qué objetivos persigue con semejante estrategia? En primera instancia pueden identificarse tres: recaudar dinero, proteger las industrias estadounidenses, y usarla como arma en las negociaciones.

La economía estadounidense no marcha bien. En lo financiero, el Presupuesto Federal refleja un déficit de 1,9 billones de dólares –el 6,4 % del pib en 2024, frente al 6,2 % de 2023– que lo coloca como el tercero más elevado en su historia, después de los de 2020 y 2021, debido a la crisis del coronavirus.

A esto se suma una caída de las exportaciones netas, así como de la inversión privada, lo cual pudiera dibujar un panorama complicado a medio plazo. Repetidamente, el presidente Trump ha pedido a la Reserva Federal una nueva bajada en los tipos de interés, pero ha recibido una negativa tras otra: lo cual es comprensible, dado el repunte de la inflación en enero, que ahora alcanza el 3,1 %.

Tipos altos significan dinero más caro, lo que compromete inversiones, y también provoca mayores pagos por intereses de la deuda pública. En términos de volumen, el coste anual del servicio de la deuda estadounidense pudiera alcanzar este año los 870 000 millones de dólares, según proyecciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso: un número que, por ejemplo, sobrepasa lo destinado para la defensa en el año fiscal.

Para reactivar la economía, el presidente Trump proyecta realizar una reducción de impuestos, de modo que ese beneficio estimule las inversiones, pero ello significaría una importante disminución en los ingresos federales; algo que pretende compensar con la imposición de aranceles.

En otros momentos de la historia, Estados Unidos ha cubierto los desequilibrios financieros aumentando el techo de la deuda, pero este recurso ahora tropieza con un par de obstáculos: por un lado, la señalada alta erogación de intereses; por otro, los dos principales clientes en el mercado de Bonos del Tesoro, Japón y China, han estado disminuyendo sus reservas de activos financieros en dólares.

En otro orden de cosas, el presidente Trump considera que, con su estrategia arancelaria, puede reactivar y reconstruir la industria manufacturera estadounidense, debilitada en una competencia contra mejores precios de productos importados.

En las últimas décadas, el país ha perdido una importante capacidad de empleos, migrados a otros países con salarios más bajos, y ahora espera que la imposición de aranceles ayude a revertir ese contexto.

También considera que Estados Unidos mantiene un insostenible déficit comercial, que en 2024 alcanzó la cifra récord de 1,2 billones de dólares. Esto ha significado una importante pérdida de ingresos, que ahora están yendo a parar a los países con superávit comercial, gracias a sus ventas en el mercado estadounidense.

Trump ha confesado que le divierten las negociaciones, en las que siempre apunta alto y luego empuja y empuja hasta lograr sus objetivos: de ahí la pasión con que las afronta. La amenaza de aranceles vendría a ser entonces como colocar un revólver cargado sobre la mesa a la hora de discutir un trato. Así lo hizo con México y Canadá. Luego aparenta ceder, pero sigue apuntando con el revólver.

Es temprano para saber si la estrategia funcionará: ya Estados Unidos no es el claro hegemón que una vez fue: otros países emergen con fuerza en el escenario geopolítico, y se le oponen con éxito tanto en lo económico como en lo militar.

Por lo pronto, desde los acuerdos de Bretton Woods, en 1944, en los que se establecieron las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo, se considera que los aranceles conducen a precios más altos y menos opciones de compra.

En la actual coyuntura económica estadounidense, ello pudiera significar un posible aumento de la inflación, lo que obligaría a mantener tipos de interés altos, con el consiguiente encarecimiento del dinero, que deriva en caída del consumo y las inversiones.

El uso de semejante estrategia también está aparejada a represalias que pueden resultar adversas para las industrias que se pretenden proteger. Los países afectados pueden asimismo imponer aranceles y otras medidas de compensación que obstaculicen las exportaciones estadounidenses y sus cadenas de suministros, llegándose a una situación de perder-perder.

O sea, el presidente Trump blande optimista lo que supone funcionará como espada de Damocles; pero mucho ojo: quizá finalmente solo tenga en sus manos la clásica hoja de doble filo, también peligrosa para quien la empuña.

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