ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Los palestinos, para Trump, son una molestia que hay que buscar cómo quitársela del medio, y para eso necesita a Gaza vacía. Foto: AP

Samuel Theodore Cohen, el padre de la bomba de neutrones, veía en su invención una solución al problema de Vietnam, que se le estaba escapando de las manos al ejército de Estados Unidos. Una decena de bombas de neutrones podría poner fin de manera expedita a la guerra, a la vez que evitaba la muerte de las tropas estadounidenses. Si la guerra les costó a los pueblos indochinos más de cinco millones de muertos, cuánto les habría costado, de haberse llevado a cabo la idea del físico.

Los que vivieron la Guerra Fría recordarán la bomba de neutrones, muy presente en los medios de la época como el sumun del artefacto de destrucción masiva. Una bomba que producía la muerte por radiación de neutrones, a la vez que preservaba los edificios y toda la infraestructura del lugar donde explotaba. La fría crueldad del invento tenía un sesgo simbólico brutalmente perverso: su efecto serían ciudades intactas llena de cadáveres indistintos de mujeres, niños, ancianos, hombres, todo lo otrora vivo, incluyendo mascotas; muerto todo en un silencio amplificado por la imponente escenografía de lo demás incólume. La perfecta solución final.

Probablemente no haya existido propuesta ideológica, desde su aterradora potencialidad real, que resumiera mejor el pensamiento fascista que considera al otro como sujetos prescindibles, hasta que, hace unos días, el emperador reciclado tuvo a bien también reciclar, en sus antípodas, la misma ideología. En este caso, no se trata de bombas que destruyeran lo humano y preservaran lo inorgánico, sino de una propuesta más afín a su temperamento volcánico, que también desprecia lo cultural del otro: destruido lo inorgánico en Gaza, de lo que se trata ahora es de prescindir de los palestinos.

Lo más aterrador de todo esto es que, justificándose en los pasillos del gobierno supranacional, de que se trata de una ocurrencia inviable más del orate payasesco que ocupa la oficina oval, la Comisión Europea ha hecho un silencio vergonzoso de una propuesta que hace trizas toda ilusión de derechos humanos. Ellos tan correctos siempre.

Narra Orson Wells cómo una vez andaba cruzando campiña en el Tirol alpino, con dos guías, uno de los cuales resultó ser un seguidor de los nazis, cuando estos eran un partido menor considerado una pandilla de fanáticos sin relevancia alguna. El guía los llevó a Insbruck, a una reunión de esta «pequeña tribu de locos», y a su lado estaba sentado Hitler. El futuro Führer no le causó entonces impresión alguna, una persona pequeña que no sobresalió para nada en aquellas circunstancias. El fascismo tiene esa capacidad de disfrazarse, hasta que siente que ya puede reclamar su hora. La misma falta de impresión, probablemente, tuvieron las concursantes de Miss Universo, cuando Trump entraba en sus vestuarios mientras ellas andaban desvestidas.

Ahora la otrora estrella de un reality show vocifera, desde la Casa Blanca, que su solución final para los palestinos es comprarle su patria para convertirla en grotesco condominio de lujo para todos los de su clase millonaria. Para ello no necesita a los habitantes de esas tierras, y no considera importante preguntarles. Como los fantasmas vietnamitas de la visión de Cohen, los palestinos para Trump son, en todo caso, una molestia que hay que buscar cómo quitársela del medio.

Si lo piensan bien, hay también, en esta solución, una fría crueldad con igual simbolismo brutalmente perverso: su efecto no sería, en este caso, ciudades vacías, sino un conglomerado de hoteles, villas, casinos, terrenos de golf y piscinas en las que disfrutarían los ricos la suerte de su clase; pero no importa cuánto hagan por ocultarlo, no podría callar el aullido aplastante de las decenas de miles de cadáveres de mujeres, niños, ancianos, hombres, todo lo otrora vivo, incluyendo mascotas, muerto todo en un silencio amplificado por la  imponente escenografía de la obscenidad palaciega en la que se estarían recreando los fascistas de nuestro tiempo.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.