Cinco víctimas mortales, al menos una docena de agentes de la policía heridos, 70 personas imputadas, más de 125 expedientes abiertos, recompensas de hasta 50 000 dólares por información acerca de los prófugos de la justicia, daños millonarios por los múltiples destrozos en el interior de las instalaciones del Congreso de EE. UU., una ciudad nuevamente militarizada con más de 25 000 efectivos y tapiada ante nuevas amenazas, son los resultados del análisis cuantitativo del escandaloso asalto al Capitolio del pasado 6 de enero.
Uno de los últimos delitos del multimillonario Donald Trump ha disparado las condenas mundiales e internas, al tiempo que da la razón, una vez más, a quienes –desde su inesperada victoria electoral en 2016– alertaron que Hitler estaba de regreso por las posiciones racistas, ultraderechistas, xenófobas, nacionalistas y aislacionistas del nuevo mandatario, que lo asociaban tanto al fascista, que también hizo un uso intencional de la mentira para atrapar la voluntad de millones en Alemania y tratar de poner de rodillas al mundo.
Un editorial de Los Ángeles Times, del 14 de enero, reflexionaba que, aunque Trump nunca ha liderado a la extrema derecha realmente, esta se enamoró de él, después de encontrar puntos comunes en su retórica, lo que explica que 74 millones lo apoyaron en 2020, después de ver sus «impulsos autoritarios» en exhibición durante cuatro años de mandato.
Una semana después de lo que muchos calificaron como «un acto histórico de terrorismo interno», medios de todo el planeta alternan las noticias del rebrote global de la pandemia y sus incrementadas amenazas actuales, que impactan a los norteamericanos con cifras récords de 4 300 muertos diarios, y con los horrores en torno a los actos de violencia que estremecieron a Washington y a la democracia estadounidense, tras el llamado del mandatario a impedir, por la fuerza, el reconocimiento en el legislativo del triunfo de Joe Biden como presidente electo.
Mientras las sesiones en el Congreso para el segundo juicio político contra Trump transcurren en un Capitolio que parece un campamento militar, con soldados durmiendo en pasillos, salones y escaleras; proliferan los cierres policíacos en toda la ciudad, ante indicios, detectados por el FBI de nuevas concentraciones armadas ante la investidura de Joe Biden, no solo en Washington, sino en los 50 estados.
La proclividad a permitir el desorden y dejar hacer ha generado suspicacias y acusaciones. A pesar de que en los últimos días era evidente que la movilización iba a atraer a miles de personas, el dispositivo de seguridad fue sorprendentemente pequeño, y algunos se preguntaron si era «mera incompetencia o una estrategia» premeditada. Después aparecieron las versiones de que cuando la policía del Capitolio pidió ayuda al Departamento de Defensa, liderado por personas sin más credenciales que su lealtad total a Trump, impuso severas restricciones a la misión de la Guardia Nacional del Distrito, que no tenía material antidisturbios ni munición.
Se plantea que el secretario del Ejército, Ryan McCarthy, alegó que el Congreso no pidió ayuda antidisturbios y le inquietaba la imagen que pudiera transmitir la presencia de uniformados en el edificio, a pesar de que, hasta entonces, al presidente Trump no le había temblado la mano a la hora de enviar militares cuando quienes protestan son simpatizantes de Black Lives Matter.
Esta vez el Pentágono tardó casi tres horas en autorizar el despliegue de antidisturbios y refuerzos de la Guardia Nacional, y mientras congresistas y senadores eran evacuados, el edificio acabó tomado por los sublevados. Entre la basura y el desorden provocado aparecieron insignias y símbolos racistas junto a gorras y banderas de Trump, y una gran horca con la soga preparada: «Que les corten la cabeza», rezaba una pancarta, según corresponsales locales.
VIEJAS SOSPECHAS
Dos meses antes del golpe trumpista contra el Congreso, el columnista estadounidense y Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, analizaba en su comentario Estados Unidos: ¿un Estado fallido?, el posible impacto de un fracaso electoral de Trump. Auguraba «que estamos en un serio problema. La derrota de Trump significaría que, por el momento, habríamos evitado caer en el autoritarismo; y sí, los riesgos son así de enormes, no solo por quién es Trump, sino también porque el Partido Republicano moderno es así de extremista y antidemocrático».
Krugman denunció, durante la campaña electoral 2020, la estrategia republicana basada en las falsas conspiraciones e intentar asustar a los votantes hablándoles de cosas malas que no están ocurriendo, mediante «malditas mentiras y los mítines de Trump».
Al día siguiente de los comicios, otro comentarista de The New York Times, Thomas Friedman, escribió un artículo titulado En las elecciones hubo un perdedor: Estados Unidos, visión que sustentaba en que «acabamos de vivir cuatro años de la presidencia más divisiva y deshonesta en la historia de Estados Unidos, una que atacó los dos pilares de nuestra democracia: la verdad y la confianza. Donald Trump no ha pasado un solo día de su mandato tratando de ser el presidente de todo el pueblo y ha roto las reglas y destrozado las normas de una manera que ningún mandatario se ha atrevido; como anoche, cuando advirtió falsamente de un fraude electoral y convocó a la Corte Suprema a intervenir y detener la votación, como si tal cosa fuera remotamente posible».
Utilizando las redes sociales de plataforma, las tribunas como Presidente y la libertad de expresión como coartada, Trump y sus manipuladores en serie fomentaron el odio, atentaron contra la migración, minaron la confianza en los procesos democráticos y alimentaron el populismo y el autoritarismo, aprovechándose de las técnicas macabras de Joseph Goebbels, ministro de Ilustración Popular y Propaganda de la Alemania de Adolfo Hitler, que utilizó los medios de comunicación para ofrecer información sesgada, multiplicar cosas inventadas, irreales, y hacerlas creer como verdades incuestionables, para expandir, enardecer y gestionar la genocida ideología nazi. Más de siete décadas después, el terrorismo mediático de Trump se aprovechó de que hoy la mentira llega más lejos, más rápido y a más gente que nunca, con las tecnologías.
¿El final? Un país roto, una democracia cuestionada, autoridad internacional disminuida, aislado; una sociedad polarizada, nerviosa y fracturada, que apela cada vez más a las drogas y a los medicamentos ante tanto estrés, y no menos preocupada por la violencia y el terrorismo que genera el odio engendrado y atizado por Trump, quien vivió de la mentira. Los fascistas de ayer y de hoy confirman que el delirio también es un virus mortal.















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Hipolito F Chevalier dijo:
1
18 de enero de 2021
08:15:08
GERARDO ARCNIEGAS dijo:
2
18 de enero de 2021
11:36:47
Freddy santiago montes vanegas dijo:
3
19 de enero de 2021
14:30:19
Miguel A. dijo:
4
20 de enero de 2021
09:03:27
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