
Nunca es demasiado tarde si se sabe estar a la altura de la tarea. Alcina encontró la escena cubana nada menos que 280 años después de su estreno en el Convent Garden, de Londres. De las 46 óperas del alemán Jorge Federico Handel (1685–1759), el autor del oratorio El Mesías y la suite Música de agua, esta es una de las más representadas en la actualidad, aunque no siempre fue así. Solo en la tercera década del siglo pasado, Alcina volvió a figurar en los repertorios de la casas operáticas.
El Teatro Lírico Nacional acaba de incorporarla. Aventura posible —y creíble, como veremos después— por el empeño del cineasta devenido director escénico Luis Ernesto Doñas, la confianza del director general de la institución Roberto Chorens, la vocación de Ubaíl Zamora por animar entre nosotros el gusto por la música vocal barroca y el entusiasmo de jóvenes cantores que intentan dinamizar una escena lírica conservadora y aletargada a lo largo de las dos últimas décadas. Si La Habana llegó ahora a Alcina, Madrid también lo hizo. La primera representación en la capital española es de este año, con una diferencia: el elenco madrileño y su dirección teatral fueron importados; la producción estrenada en la sala Avellaneda en octubre y que cerró el último domingo el cartel del Festival Internacional de Teatro de La Habana es ciento por ciento cubana.
Hablamos de estreno, pero cabe aclarar que no se trata de una novedad absoluta. Entre los melómanos del patio ha circulado la versión icónica protagonizada por Renée Fleming y la persistente y admirable tarea promocional del maestro Ángel Vázquez Millares nos ha puesto en contacto con grabaciones ejemplares de la ópera en su totalidad y de fragmentos destacados de esta.
La puesta en escena de Doñas depura y pone de relieve la singularidad de una obra originalmente concebida con prólogo y tres actos, momentos de baile y una subtrama (la de Oberto y Astolfo) que aquí se suprime. Doñas dejó la representación en dos actos, sin sacrificar ni la esencia ni el carácter de la ópera.
Subraya convenientemente la atmósfera poética y mágica de una historia basada en un pasaje de Orlando furioso, de Ariosto; y humaniza (o mejor dicho, erotiza) a los personajes involucrados, de manera que nos sean más próximos la dictadura sexista de Alcina en la islas de los placeres, la sumisión de su amante Ruggiero, al fin liberado por su amada Bradamante, el travestismo de esta al introducirse en el reino de Alcina, el voluble encandilamiento de la hechicera Morgana, los celos de su pareja Oronte y la vuelta al mundo real de los seres condenados por la maga.
Doñas consigue traducir el argumento en símbolos visuales: maniquíes, figurantes y elementos escenográficos desplegados con acierto y la presencia silenciosa pero elocuente de la reconocida actriz Nilda Collado para recordarnos la verdadera condición de Alcina, mujer sin edad que se niega a ser vencida por el tiempo, y que nos remite a la mítica Aura, del mexicano Carlos Fuentes.
Esto no se pudiera haber logrado sin la imaginativa colaboración en la puesta de los diseñadores Celia Ledón, Lisandra Ramos y Denia González Ruiz, responsables de una impactante visualidad con recursos mínimos.
En una entrevista previa al estreno, Doñas declaró: “Me encanta el trabajo de dirección de actores. Ellos son muchachos con mucho talento, mucha prestancia a nivel vocal, pero estaban un poco verdes a nivel de interpretación, concentración, imaginación. Tuvimos que trabajar todo eso en un taller de casi un mes”.
Los resultados saltaron a la vista, al menos en el elenco de la función de cierre de temporada en el teatro Martí, sobre todo en la Alcina de Laura D’ Mare, la Morgana de Kirenia Corzo y el Ruggiero de Lesby Bautista, este último contratenor.
(Handel escribió ese papel para un castrato; recuérdese el caso de Farinelli). No es que el resto del elenco desmerezca, puesto que a la hora de encarar el trabajo vocal se apreció una decorosa faena, si se tienen en cuenta las especificidades del lenguaje handeliano y la escasa tradición cubana en esos menesteres. Por ejemplo, Dayamí Pérez (Bradamante/Ricciardo) tejió sus intervenciones con un admirable sentido de la ornamentación y dominio de lo que en época de Handel se denominó aria da capo.
Pero sin lugar a dudas la más completa identidad entre canto, expresión y despliegue histriónico se halla en los protagónicos señalados, con un muy especial destaque para el intenso encuentro amatorio del primer acto entre Alcina y Ruggiero.
No puede obviarse en este comentario el comprometido y fluido apoyo instrumental de la orquesta dirigida por Idalgel Marquetti.
Esta Alcina debe tomarse no como meta sino en tanto punto de partida para la oxigenación de la escena musical cubana de estos tiempos, responsabilidad que debemos compartir directivos, músicos, promotores y, por qué no, el público.
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