En Palestina, hoy, solo hay que encender la cámara para encontrar en cada rostro un dolor que desgarra.
Allá, desde hace dos años, es «fácil» buscar la foto probable, de muertes, de gritos, de hambre, de insomnio… de niños llorando por sus madres y de madres llorando por sus niños. Lo difícil es tomar la foto, y que la mano no tiemble, y no saber por cuánto tiempo se estará vivo detrás del lente, para mostrar al mundo el genocidio.
En Cuba, hoy, puede igual temblar la cámara en la mano, porque se siente el mismo dolor aquel por Palestina, y hay rabia, y hay denuncia, y arte y poesía que procura escucharse alto. Hay gente que riega semillas y levanta banderas.
Se necesita esta foto, también, para alzar una voz que circunvale la Tierra, aunque quieran convertirla en polvo, en distancias desiertas.
Pero la luz de la lucha no cree en líneas, límites, encuadres ni fronteras. La luz son esos rostros: los que resisten y sobreviven a bombas, los que denuncian y exigen la paz, los que piden que cese la masacre, que Palestina viva.





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