La opinión pública estadounidense se muestra escandalizada por la posibilidad de que Rusia haya interferido de alguna manera en las elecciones del 2016, en las que el magnate neoyorquino Donald Trump venció a su rival demócrata, Hillary Clinton.
Robert Mueller, el fiscal especial del FBI que investiga la trama rusa e incluso la existencia o no de nexos con la campaña republicana, sorprendió el viernes pasado con un dossier de 37 páginas en el que se acusa a 13 personas y varias organizaciones vinculadas con Moscú de montar una plataforma a nivel local y en las redes sociales para influir en el resultado de los comicios.
Rusia niega cualquier participación y califica de «absurdas» las afirmaciones del FBI.
Para muchos en Moscú se trata de una operación para reavivar los viejos miedos de la Guerra Fría en un país necesitado de enemigos para justificar los multimillonarios gastos militares y la restricción a las libertades individuales de sus ciudadanos.
Pero asumamos por un segundo que realmente sucedió, que Rusia logró montar una operación exitosa de apoyo al candidato menos dañino para sus objetivos estratégicos a nivel internacional. ¿Qué implicaría para el país que más se inmiscuye en los asuntos internos del mundo? ¿Recibió Estados Unidos una dosis de la misma medicina que viene recetando hace más de un siglo?
A la intervención militar de Cuba y Puerto Rico en 1899, cuando la primera había derrotado al ejército español en su larga lucha por la independencia , le siguió una maniobra política para lograr la separación de Panamá de Colombia y negociar con el joven país la construcción de una vía interoceánica en condiciones mucho más favorables.
El gobierno progresista de Jacobo Árbenz en Guatemala fue derrocado con la asesoría estadounidense casi al mismo tiempo que se garantizaba todo el apoyo posible al gobierno del dictador Fulgencio Batista en La Habana.
En Oriente Medio, Mohammad Reza Pahleví era la garantía del acceso de las transnacionales al petróleo persa. Estados Unidos hizo todo lo posible, a pesar de las atrocidades del Sha, para mantenerlo en el poder. Pero la Revolución Islámica de 1979 cambió el escenario y la CIA aún lamenta su fracaso ante el actual ascenso de Teherán como potencia regional.
Los años 70 y 80 del siglo pasado en América Latina fueron un baño de sangre en el que Washington apoyó a las dictaduras militares y le ofreció asesoría de todo tipo a cambio de la contención de la revolución por cualquier método.
Era la época en la que se escuchaba mucho el chiste de que en Washington no se daban golpes de Estado, porque era el único lugar del mundo sin una embajada de Estados Unidos.
En las elecciones de 1990 en Nicaragua, celebradas en medio de una guerra civil financiada por Washington, los norteamericanos gastaron millones de dólares en sembrar noticias falsas sobre corrupción en las filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que 11 años antes había derrocado la dictadura de los Somoza. La derechista Violeta Chamorro resultó vencedora y el país tuvo que soportar 16 años de neoliberalismo hasta el regreso del Frente en el 2007.
La desintegración de la URRS y la caída del campo socialista, logradas también con el apoyo de operaciones encubiertas, no implicaron el fin de las intervenciones estadounidenses en la política global.
Durante las últimas décadas, simplemente han afinado los mecanismos. Lo que antes era tarea de los chicos de Langley, en Virginia, ahora lo hacen la Usaid, la NED, Freedom House y toda su red de organizaciones fachada que se especializan en desestabilizar Gobiernos. No por gusto los rusos han prohibido las actividades de dichas organizaciones en su territorio.
Sin embargo, con esa nueva metodología han dado golpes certeros a los Gobiernos progresistas que le cambiaron el rostro a América Latina durante las últimas décadas. Luego de las convulsiones en Paraguay y Honduras, Estados Unidos muestra el abanico de sus posibilidades en una guerra económica y sicológica contra Venezuela y el uso de artimañas legales y jueces teledirigidos, como Sergio Moro, para detener al Partido de los Trabajadores en Brasil. Resulta también la misma base de proyectos como la Fuerza Operativa en internet contra Cuba, que busca minar el apoyo a la Revolución a través de las nuevas tecnologías.
Los documentos desclasificados revelan hoy lo que hizo Washington en el siglo pasado, pero habrá que esperar décadas para saber el alcance real de sus acciones en el siglo XXI.
Más allá de que la trama rusa termine siendo otra cortina de humo del establishment estadounidense, quizá tanto alboroto sirva para que aprendan una lección básica de convivencia: «no hagas lo que no te gusta que te hagan».









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Aldo Martinez dijo:
1
21 de febrero de 2018
05:17:41
Florentino dijo:
2
21 de febrero de 2018
07:59:45
MANUEL BETANCOURT BARBIEL Respondió:
22 de febrero de 2018
08:25:38
Miguel Angel dijo:
3
21 de febrero de 2018
13:36:21
Ruben dijo:
4
22 de febrero de 2018
11:07:23
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