ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Foto: Pérez López, Yesey

¿Cuántos han caminado por aquí? Es imposible saberlo. Los escalones están gastados. Han acogido el paso de millones de personas en las épocas más diversas.

Las paredes tienen las marcas del tiempo y la Historia. Son testigos silenciosos. Si las tocas y cierras los ojos casi puedes sentir las manos que pusieron cada roca en su lugar, las voces de alerta, la tensión de vigilar el enemigo...

No es difícil imaginar a los obreros transportando piedras, maderas y ladrillos por terrenos agrestes y bajo condiciones extremas. En una ventana casi puedes ver la antorcha que ilumina a un guardia en la noche fría.

Gran Muralla en Juyongguan o Paso Juyong, a poco más de 50 kilómetros de Beijing Foto: Pérez López, Yesey

La Muralla tuvo sus orígenes en propósitos defensivos y de protección de la Ruta de la Seda. Quizás no lo sabían pero desde sus inicios empezaron a construir algo más que una estructura. Estaban dejando un legado imborrable del ingenio humano.

Fue una proeza de la voluntad la que hizo posible esta maravilla.

Porque la Muralla, además de ser Patrimonio de la Humanidad, es una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno. Y más allá de sus merecidos reconocimientos, es orgullo de un pueblo que tiene en ella a uno de sus principales símbolos.

Por eso está en el arte, en la literatura, en la cultura popular y en los contextos más diversos: en un cuadro, en el nombre de una organización, en películas y en leyendas que perduran en el imaginario colectivo.

Subes a la siguiente fortaleza, las piernas duelen y el aire se vuelve escaso. Te falta el aliento, pero una parada permite recuperar el ritmo. Desde aquí, la Muralla ya no es solo una obra humana. Parece cobrar vida, extendiéndose en el horizonte.

La Gran Muralla China fue incluida en 1987, en la Lista del Patrimonio Mundial por la Unesco Foto: Pérez López, Yesey

Es un dragón gigante de más de 20 000 kilómetros. Serpentea entre las montañas y desaparece en la lejanía. Se adapta al terreno en forma de torres, pasos fortificados y muros imponentes. Vigila, mientras acoge visitantes a los que les pide respeto y cuidado para que otros en el futuro puedan admirar su carácter único.

«Es nuestra responsabilidad común proteger y transmitir este patrimonio histórico y cultural», afirmó el presidente Xi Jinping el pasado año, en una carta a los aldeanos que viven cerca de la sección de Badaling de la Gran Muralla.

No es una prioridad menor cuando se trata de uno de los destinos turísticos más visitados del mundo. Gracias a las labores de protección y restauración es posible apreciar, y que las próximas generaciones también conozcan, este símbolo vivo.

Foto: Pérez López, Yesey

Has llegado a la cumbre de la sección. El viento sopla con más fuerza y pareciera que puedes tocar las nubes. La belleza conmueve y da la sensación de vivir una escena irreal.

Ante ti, las batallas, las vigilias y el paso de innumerables generaciones. Cada escalón, curva o torre, te han contado una historia. Aunque no entiendas todo, sí identificas su legado. Reconoces la fuerza de decir «puedo» donde los elementos parecen afirmar lo contrario.

Es tiempo de regresar. Miras al horizonte otra vez.

Casi te despides hasta la próxima ocasión, pero antes, tomas tu teléfono y relees ese fragmento de El monte Liupan, el poema escrito por Mao Zedong que te habías prometido traer. «Alto el cielo, tenues las nubes. Se pierde en el sur infinito el vuelo de las ocas salvajes. ¡Llegaremos a la Gran Muralla o no somos hombres!».

Sonríes. Ya puedes hacerlo. Hombre eres.

Monolito que evoca la frase de Mao Zedong sobre la Gran Muralla China Foto: Pérez López, Yesey
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