ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Maureen Hicks estuvo en Santa Clara con su familia, tras los pasos de su padre en los Leopardos. Foto: Duanys Hernández

«Me siento muy acogida en Santa Clara, por primera vez, tras los pasos de mi padre. Aquí brillaron muchas estrellas de las Ligas Negras en un equipo invencible: los Leopardos. Él jugó con la novena más fuerte de este país».

Maureen Hicks, hija del gran lanzador estadounidense John Arthur Taylor Jr., visitó esa ciudad a propósito del evento Identidad, Sociedad, Cultura. La historia compartida del beisbol en Cuba, el Caribe y Estados Unidos.

El doctor en Ciencias Félix Julio Alfonso López calificó a esa urbe como la capital de los peloteros afroamericanos en la mitad inicial del siglo pasado, pues 53 formaron parte de la mencionada escuadra en la Liga Profesional de la Isla.

En 1938 y al siguiente año Lázaro Salazar, director de los felinos, integró a Johnny a una nómina llena de leyendas como Alejandro Oms, Pablo Mesa, «Cocaína» García, Santos Amaro, Tony Castaño y Jacinto Roque.

También sobresalían luminarias estadounidenses –marginadas de las Grandes Ligas (MLB) por racismo–, entre ellas Oscar Charleston, Sam Bankhead, Ray Brown, Bob Griffith y el máximo jonronero de todos los tiempos en esa nación norteña, Josh Gibson, por demás ídolo y receptor de Taylor.

Sus vínculos con los cubanos surgieron hace un cuatrienio. Hazañas de colegial en Connecticut, especialmente un récord vigente de 25 ponches en un partido, avivaron el interés de los Yankees de Nueva York y los Atléticos de Filadelfia, pero desistieron por su color de piel.

Entonces Alejandro Pompez, audaz empresario de la Mayor de las Antillas, inmortalizado en el Salón de la Fama de la MLB, solicitó para sus New York Cubans los servicios del joven de 19 años, tildado de «escolar» debido a su edad. «Su compañero de rotación Luis Tiant fue como un padre y Pompez un tío, y Martín Dihigo su mentor», contó Maureen.

La final de 1935 les deparó retar a los Crawfords de Pittsburgh, liderados por los míticos Gibson, Charleston y Papa Bell. En el quinto desafío, con la serie a favor 3-1, Johnny mantenía ventaja de 5-2 en siete entradas. «El Inmortal» lo sustituyó, falló el relevo, perdieron el duelo y la postemporada.

Pese a esa amargura, Dihigo llevó a su alumno a los Tigres de Marianao y le encantó trabajar en la lomita del Estadio Tropical, bien protegido de los jonrones por los 505 pies del jardín central. Sin embargo, sufrió una lesión de tobillo y lo atropelló un tranvía.

Una de las jornadas inolvidables de su vida fue el 23 de septiembre de 1937, cuando el gran Satchel Paige y su selección de Estrellas enfrentaron a un combinado con otros extraordinarios beisbolistas de las Ligas Negras. El más veterano permitió dos en la octava y Taylor consiguió un cero jits-cero carreras.

Con la franela de Pittsburgh firmó loables desempeños y Salazar lo llamó a una experiencia en México. «Allí le inculcó la responsabilidad», recordó Hicks. En 1939, miembro del Córdoba en Veracruz, mereció la nominación al Juego de las Estrellas gracias a balance de 11-1 y efectividad de 1.19.

Un año más tarde repletó su armario con ropa de lujo porque con otro conjunto de esa ciudad, los Azules, completó ocho encuentros sin imparables ni anotaciones, y por cada uno le regalaron un traje a la medida. En 1941 contribuyó al título de los suyos y más adelante representó a los Industriales de Monterrey.

Su ejemplo influyó en la eliminación de la barrera racial en la Liga de su Estado en 1939, mucho antes de la irrupción de Jackie Robinson en Las Mayores. Una década después devino el primer atleta profesional negro de Connecticut, con los Chiefs de Hartford en las Menores, pero le faltó el último paso.

Maureen no disfrutó a su papá en un terreno, pues nació en 1950. «Conocí al padre amoroso que, junto con mi madre, crió a cuatro hijos fuertes y exitosos. Él enfatizaba en la educación, el carácter, la responsabilidad y el compromiso. Era un verdadero amigo, el héroe de su ciudad natal».

Además, abrazó y grabó su huella en la memoria de este Patrimonio Nacional compartido con incontables practicantes y amantes del deporte en el mundo. Evoquemos a Johnny con muchos uniformes, entre ellos las rayas del Tigre y, en especial, las manchas del Leopardo.

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