–Profesor, mi mamá no quiere que practique lucha.
–Tranquila, yo controlo a esa jabá. Aquí mando yo.
Así se impuso, con seguridad y dedicación paternal, Maikel Barbán, quien ha formado en la lucha libre a muchas niñas en el poblado de Las Minas, en Jiguaní, Granma. Las llevaba a cada una de las competencias municipales y provinciales, y luego de cada entrenamiento, las acompañaba hasta sus casas, ya que muchas veces acababan de noche.
Maikel realizaba captaciones en las escuelas primarias. Muchas eran las anotadas, motivadas por la curiosidad; entre ellas, una joven que dejó el atletismo porque le desagradaba correr. Esa niña, que cambió el deporte rey por la rudeza de los tackles, es Greilis Bencosme.
«Empecé por embullo. Quería entretenerme después de las clases, y me fue gustando en la medida en que la iba conociendo», recuerda con cariño.
Encontró la oposición de su madre, debido a que los entrenamientos acababan tarde, pero creció de la mano de Maikel, su primer entrenador. «Él siempre se interesaba por nosotras y nos hizo madurar», cuenta.
«Me gustaba entrenar, porque era muy activa. Es un hábito que mantengo. Me divertía mucho, y siempre esperaba esos días con ansias».
Ella no siente que un deporte rudo le resta feminidad. «En el colchón somos gallitos de pelea, pero fuera nos arreglamos y somos educadas y delicadas como cualquier mujer. Lo demás son prejuicios machistas», dijo.
Campeona panamericana junior en Asunción, lleva por frase personal una legada por Yonder Milán, su formador en la eide: El trabajo supera al talento.
«Nunca uso la frase de ser mejor que alguien, solo para superarme. Gracias a mi capacidad de sacrificio, he podido lograr resultados», explicó.
Un toque de la voluntad de Dios
«La llegada a la élite es fácil, pero lo difícil es mantenerse», confiesa.
Su camino hacia esa cumbre comenzó hace cuatro años, cuando fue subcampeona regional en la cita de Cali. Pero, hasta para los agnósticos, la gloria tiene una pizca de suerte, o de voluntad divina.
Greilis cree en Dios, y esa fe ha guiado sus pasos. Previo a los Juegos Panamericanos Junior de 2021, contrario a lo normal, ella no era parte del equipo nacional.
«De mi peso no había muchachas. Hicieron una captación en las provincias para ir al clasificatorio panamericano. Luego se realizó un torneo de eliminación entre todas, el cuál gané», rememoró.
«En el tiempo de la pandemia de la covid-19, mi entrenador Yonder, y otro, de Ciego de Ávila, me mandaban planes de entrenamiento para suplir la falta de colchón. Entonces, salía a correr todos los días a las seis de la mañana, y por las tardes hacía ejercicios físicos.
«Siempre he sido valiente, y eso me ha ayudado. Admiro y respeto a todas mis rivales, pero en la pelea no me voy a esconder», afirmó.
En Cali solo fue superada por la hoy estelar Lucía Yepes. Sin embargo, cuatro años después subió al trono.
«Cambié mucho en ese periodo. He ganado madurez, y mayor solvencia técnica.
«Entrené para eso, y conté con la confianza del colectivo. Sentí mucho apoyo de mis compañeras en el Cerro Pelado. Aquí se respira un ambiente sano», enfatizó.
«Nunca tomé como una deuda esa medalla de oro. Siempre que sienta que lo di todo, voy a estar feliz», argumentó.
Ahora asumirá el Campeonato Mundial Sub-23. «Quiero obtener una medalla, aunque ya el color se definirá en la competencia. Sigo al mismo nivel que en Asunción; no he dejado de entrenar, y le he puesto más fuerzas. Participar en un Mundial me genera emoción».
La granmense es una gladiadora en toda su expresión. Antes de cada combate hay una frase que repite constantemente, como un ritual: «Sé valiente siempre, y a luchar».
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