«El dolor de aquellos días fue tan grande, tan grande que no lo puedo describir, aún perdura y crece con los años; nunca cesará, solo cuando ninguno de nosotros quede vivo».
La estocada de mayor crueldad atravesó para siempre a las personas amadas de la esgrimista Nancy Uranga Romagoza, coronada en el IV Campeonato Centroamericano y del Caribe con sede en Venezuela en 1976, pero el crimen impidió su regreso a casa para celebrar sus victorias individual y por equipos en el florete.
Junto a 72 viajeros y 23 compañeros de delegación, conoció en sus segundos finales las entrañas del odio cuando terroristas al servicio de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense causaron la explosión de la aeronave CUT-1201, perteneciente a Cubana de Aviación, minutos después de su salida en Seawell, Barbados.
Ella rebosaba el candor de sus 22 años, casada desde el 31 de enero con el futbolista Antonio Garcés Segura. Su carrera deportiva apenas comenzaba a despegar, como el avión, cuando los derribó una maniobra inesperada del arma rival del destino.
«Tenía sueños como los Juegos Olímpicos de Moscú-1980 y convertirse en madre, uno de sus profundos anhelos pues adoraba a los niños, en especial a dos sobrinas. Nos golpeó su imposibilidad de cumplir esos deseos», confiesa Amelia Uranga, una de cuatro hermanos quienes, junto a sus padres ya fallecidos y demás seres queridos, han sobrevivido a esa ausencia casi cinco décadas.
«Los hermanos la recordamos a diario. A veces, cuando nos comunicamos por teléfono, nos reímos de lo que hacía y decía. Prefiero pensar en ella como una muchacha magnífica, con una sonrisa constante, optimista, atenta hacia todos –incluso hacia los animales– y nosotros también la apoyamos. Mostraba una entrega total a los entrenamientos.
«Imagínese cuánto disfrutamos su título colectivo en los Panamericanos de México en 1975 y su incursión olímpica en Montreal en el siguiente verano. Provenía de un ambiente humilde, una guajirita nacida en el antiguo Central Orozco del municipio Bahía Honda, entonces ubicado en Pinar del Río y ahora en Artemisa.
«La alegría tras el Campeonato de Venezuela pudo ser inmensa, pero desapareció de inmediato con su muerte trágica. Cuando nos enteramos del atentado lo creímos una mentira, una equivocación».
Antes de partir a la competencia, Nancy realizó una promesa: «“Mima, cuando vuelva te vas a operar la hernia y te acompañaré el tiempo necesario”. Eso nunca lo dudes. Mi madre solo se intervino quirúrgicamente cuando lo impuso la urgencia porque aseguraba que solo acudiría al hospital al lado de su hija esgrimista.
«Resulta importante divulgar estas historias para saber qué significa el terrorismo y clamar justicia por sus víctimas en cualquier lugar». Esta familia destrozada, pero firme ante el horror, confirma la frase de Fidel Castro Ruz cuando expresó: «el dolor no se comparte, el dolor se multiplica».

















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