ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Archivo de Granma

Además de resultar el jugador de mayor edad en la 58 edición del Torneo Internacional de Ajedrez José Raúl Capablanca in memóriam, mi vecino José Sánchez obtuvo 4,5 puntos de nueve posibles en la categoría Senior. El dato merece aplauso si agregamos que es un activista comunitario quien, en su afán de promover la práctica de este deporte, no solo ofrece espacios de la casa que posee como base de entrenamiento para ajedrecistas; sino que creó y mantiene un club de ajedrez en el lugar.

Ofrece charlas en escuelas de la localidad para acercar a los niños al juego, y ha conseguido que otros activistas les enseñen los rudimentos. En dos ediciones ya, Sánchez ha organizado –en su casa– un torneo en recordación de Eleazar Jiménez, figura mayor del juego ciencia cubano. Pero hay más: sueña con reunir voluntades para que sea la Villa Panamericana el sitio de la primera estatua dedicada a José Raúl Capablanca, nuestro campeón mundial, uno de los grandes jugadores en la historia de este deporte.

Nacido en Ciego de Ávila, en hogar humilde, Sánchez llegó a la capital a finales de los años 50 del pasado siglo; descubrió el ajedrez, pues en su antiguo barrio, en una esquina del parque Habana, un grupo de jóvenes mantenía una peña alrededor de un único tablero. «Hacíamos cola para jugar y, como en el dominó, el que perdía cedía el puesto al que esperaba turno», recuerda.

Este amor por el juego acompañó a Sánchez en las múltiples tareas que llenaron su vida tras el triunfo de la Revolución, de modo que fichas y tablero lo acompañaron en cortes de caña y movilizaciones militares. «Hasta cuando la Crisis de Octubre me llevé un ajedrez al campamento», dice y sonríe mi vecino, quien, además de larga experiencia como dirigente, participó en 12 zafras y en cuatro mereció la distinción de Héroe Nacional. Lo asombroso es que, refiriéndose al cálculo de las fuerzas, la anticipación, la intensidad y los efectos del movimiento, dice que jugar ajedrez es como cortar caña o, al revés.

El cese de las clases de este deporte, que eran transmitidas por la Televisión Cubana, junto con la experiencia de aislamiento vivida durante la COVID-19, se unieron para despertarle el deseo –convertido en proyecto y acciones concretas– de enseñar en escuelas de la localidad las bases del juego. Contó, desde Dubái, con el apoyo de su nieta que allí vive, y a quien enseñó cuando era una niña. «¡A todos en la familia!», asegura, y esta vez la voz adopta un tono nostálgico.

Por este camino, la casa grande acogió al ajedrez y, desde la misma entrada, el cartel que anuncia el alquiler de espacios para celebrar fiestas o la renta de habitaciones, también muestra que allí radica el Club Villa Capablanca, inscrito como proyecto de desarrollo local en la comunidad de Cojímar.

Así el recibidor enseña más de 30 fotos de grandes ajedrecistas cubanos y, justo al lado, en una habitación pequeña, se ven varias mesas, con tableros ordenados, esperando a niños o adultos, a vecinos o invitados especiales, a practicantes reconocidos o simples interesados. Tal entusiasmo ha ganado el apoyo de autoridades del Inder y la colaboración de empresas estatales, así como de actores no estatales.

Pero el sueño mayor es la realización y colocación de una estatua de Capablanca en la Plaza de las Banderas, espacio a la entrada de la Villa Panamericana, para rememorar la vida y legado del campeón.

Si bien sorprende que carezcamos de un conjunto escultórico en homenaje a Capablanca, la mente del activista y promotor Sánchez es exactamente la de un ajedrecista: pensar con anticipación varios movimientos, para calcular acciones, posibles efectos y caminos de victoria. Así, tiene una clara idea de la obra: un Capablanca sentado en una mesa de juego, observando las piezas y, frente a él, una silla vacía en la que los visitantes al sitio podrían vivir la experiencia imaginaria de estar jugando contra el gran campeón.

La explanada sería lugar para campeonatos, simultáneas, y en las instalaciones del hotel vecino se podrían impartir cursos, sostener encuentros u hospedar conferencias.

Sánchez recuerda que Fidel participó con entusiasmo en varios momentos de la xvii Olimpiada Mundial de Ajedrez, en La Habana, en 1966; incluso como jugador en la más grande simultánea de ajedrez hecha en Cuba hasta entonces: casi 7 000 tableros, en la Plaza de la Revolución.

En la clausura de aquel evento, Fidel afirmó que «la idea de Capablanca de que el ajedrez se dé en las escuelas como asignatura es una gran idea», lo que defendería sin descanso. Así, mi vecino Sánchez siente que el desafío y la tarea son: «retomar esta base y este impulso para multiplicarlos».

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