Como todo niño cubano quise ser Teófilo Stevenson, Alberto Juantorena o Armando Capiró. El deporte nos hacía soñar con aplausos, medallas de oro; es decir, con ser un héroe.
Pocas veces, o ninguna, nos preguntamos cómo se hace un campeón; menos aún cómo lo lograba una pequeña Isla. Para nosotros solo estaban ellos, en lo más alto del podio.
Pero la vida es un diario; cuantas más hojas tiene, más se llena de preguntas y de personas que, como aquellos ídolos, son campeones sin medallas. Son los portadores de las respuestas, constructores de proezas y de héroes, están dotados de la nobleza que da la humildad y de la inteligencia para formar y transmitir esencias; y son imprescindibles.
Uno de ellos cumple hoy cien años. Tuve la suerte de que me arropara, más que con su amistad con un magisterio que vestía de modestia, rigor y una infinita lealtad en Fidel. Por eso se mostraba incansable e invencible. Lo recuerdo, como él mismo me dijo, casi un atleta más en la delegación de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Maracaibo, en 1998, a sus 73 años.
Le pregunté entonces. ¿Este es un regreso? «Regresa el que se fue, yo nunca me he ido ni me iré del deporte ni de la Revolución», me respondió con ese carisma inconfundible que hizo que no perdiera nunca su liderazgo.
Así era José Llanusa Gobels, el primer presidente que tuvo el Inder; el hombre que llevó a la práctica el concepto fidelista de la Educación Física y el Deporte; quien fuera ministro de Educación, Comisionado de La Habana (antes alcalde), vicepresidente del Consejo de Ministros, diputado y miembro del Comité Central del Partido.
Esa es la razón por la que, cuando los aviones yanquis sobrevolaron el barco Cerro Pelado, convertido en sala de esgrima, estadio, ring de boxeo o cancha de voleibol, con órdenes precisas de no continuar hacia Puerto Rico, Llanusa contestó que «este barco solo recibe órdenes de su Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz».
Por eso, cuando las autoridades boricuas dijeron que podían desembarcar utilizando lanchas estadounidenses, contestó que «de ellos no queremos nada, fue así que llegamos en chalupa. Pero competimos, a pesar de que el imperio quería impedirlo».
Cuando la nave traía de regreso a la victoriosa comitiva, Llanusa supo por el capitán del buque Onelio Pino, que se acercaba un portaviones de Estados Unidos. Se miraron y, quien fuera el timonel del yate Granma, le dijo: «Mientras esta nave esté acompañada por tropas de la Marina de Guerra Revolucionaria, el Cerro Pelado está defendido».
Con razón Fidel llamó a aquella comitiva, encabezada por Llanusa, la Delegación de la Dignidad.
Fue el creador de los Consejos Voluntarios que dieron vida a un poderoso movimiento de activistas deportivos en todo el país, que llegó a la cifra de 100 560, cimiento de lo que llamamos deporte participativo, que urge recuperar hoy.
Inició otro singular programa, el de los Fisminuto, que consistió en hacer ejercicios físicos en 60 segundos en el puesto de trabajo. Cuando se mostró, por primera vez, el 19 de noviembre de 1961, Fidel, el cuerpo diplomático y los que asistieron a una plenaria ese día en la Ciudad Deportiva, lo pusieron en práctica en la propia reunión.
Estaba preñado de iniciativas y de anécdotas. Aquella noche que él no dejaba acabar, en Maracaibo, nos contó de la puntería de Fidel. «A su regreso de México, José Antonio Echeverría me dijo entusiasmado: “Flaco, Fidel rompe una naranja con su rifle a cien metros”».
Para él, la obra de Fidel era el altar sagrado de su existencia. «En una ocasión, el famoso novelista Graham Greene fue a ver jugar a nuestro equipo de pelota, y el Comandante en Jefe le entregó un cuadro al final del partido. Al llevarlo de regreso al hotel Habana Libre, me dijo algo que no olvido: “Gracias Llanusa, hoy comprendo a la Revolución”».
Le aportó a la economía sus esfuerzos en el desarrollo de la ganadería y en la producción de espirulina, que se obtenía al procesar un tipo de alga, convertida en suplemento alimenticio para el deportista, por la síntesis proteica que logra; y también le tributó a la sociedad, con la formación de maestros en Minas de Frío, en plena montaña de la Sierra Maestra.
Hoy, cuando el futuro del deporte, en los ii Juegos Panamericanos Juniors, comienza su camino al podio, el legado de este campeón sigue inspirando ese sendero.
Héroes y heroínas como Mijaín López, Erislandy Álvarez o Julio César la Cruz; Yarisleidis Cirilo y Omara Durand son la inspiración de los niños, y de seguro que Llanusa no hubiera querido un mejor regalo de cumpleaños que el de sus triunfos.
COMENTAR
Responder comentario