ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Gustavo Ariosa (en la silla de ruedas, a la derecha), conquistó una plata y dos bronces en Juegos Paralímpicos. Foto: Cortesía del entrevistado

Los infortunios desafiaron, como ningún rival, a Gustavo Ariosa Menéndez, primer medallista cubano en Juegos Paralímpicos y un auténtico hombre deportivo. Los contratiempos nunca lo rindieron, pero sí le restaron posibilidades de brillar mucho más.  

Su niñez bailó al ritmo del balón, en la cuna del fútbol, Zulueta, perteneciente al municipio Remedios en Villa Clara. Desde las clases de Educación Física también incursionó en los lanzamientos del atletismo, que le reservarían sus grandes lauros futuros. Incluso remó mientras transitaba por la Academia Naval del Mariel, adscrita a la Marina de Guerra Revolucionaria. 

Pero, justo cuando estudiaba ingeniería naval, vida le grabó a fuego su primera

inequidad a los 17 años, en 1980. Durante unos ejercicios con pesas sufrió una lesión en la séptima médula dorsal y una compresión en la cola de caballo. Terminó parapléjico y le amputaron la pierna derecha por encima de la rodilla.

Desde la silla de ruedas, su progresión resultó tan veloz como los giros de los discos salidos de su brazo. Dominó ese implemento y la bala con récord para el país, junto al bronce de la jabalina en su debut nacional en 1986. En su provincia, el entrenador Ricardo Risquet, «el indio», lo acompañó desde el principio en su ascenso.

«Un año después me presenté en la República Democrática Alemana. Soñé con ese momento, en el cual sostuve intercambios con personas en situación de discapacidad, claves para asumir mi condición. Me impuse en disco, jabalina y eslalon; concluí con plata en la bala y tercero en las carreras de cien, 200, 400 y 1 500 metros. El eslalon medía la habilidad en el manejo de la silla para sortear obstáculos.

«En aquellos tiempos, marcados por nuestra inserción definitiva en lides del orbe, la integralidad constituía un requisito; solo si la cumplíamos y exhibíamos buen rendimiento teníamos derecho a vestir las cuatro letras. Practicar tantas especialidades nos exigía mayor preparación».

Ariosa también jugó al baloncesto y sus canastas contribuyeron al último escalón del podio en un evento de México, así como en los Centroamericanos de República Dominicana en 1992. En esa cita ganó el pentatlón, remató a la presea plateada en tenis de mesa y levantó ese metal en las pesas; asimismo, cruzó la piscina con brazadas de bronce en los 100 metros libres de la natación, entre otros resultados.

A lo largo de esas competencias disputó las posiciones cimeras de los lanzamientos, como lo demuestra su cosecha en los Parapanamericanos Caracas-1990 y México-1999: cuatro oros, un ejemplar de cada una de las restantes medallas y marcas continentales. Sin embargo, la suerte le negaba aún muchas sonrisas.   

«En Venezuela realicé un envío para récord del planeta, de acuerdo con las denominaciones anteriores, pero las modificaron ese propio año y únicamente me alcanzó para elevar la primacía vigente en el área.

«Clavé la jabalina directo al bronce del Mundial Berlín-1994; luego asistí al de París, en 2003 y, entre ambos, sumé también un cuarto y un quinto escaños. Estoy satisfecho, aunque pude conseguir dividendos superiores pues, por fallos de inscripción, solía presentarme fuera de mi categoría, frente a oponentes con menor grado de discapacidad».

Hacia Barcelona-1992, en cambio, sí recibió un empujón de la vida, o más bien del gran Alberto Juantorena, entonces presidente de la federación rectora del deporte paralímpico en la Isla. Al inicio, no aparecía entre los ocho elegidos para la delegación, pero ingresó al final de la preparación cuando «el elegante de las pistas» añadió dos plazas. 

«Fui sin pronósticos, pero me alcé con el tercer puesto en la jabalina y trascendí como el primer medallista cubano de estos certámenes, en una contienda muy fuerte. Incluso, tras un disparo asombroso, los jueces me señalaron falta por un gesto de euforia que consideraron provocativo.

«Cerré el siguiente ciclo sin intervenir en Atlanta, cuando había establecido mi mayor continuidad en el entrenamiento. La Asociación de Limitados Físicos Motores me sancionó y después reconoció el carácter infundado de su decisión, pero eso no bastó para devolverme mis segundos Juegos al máximo nivel. 

«Previo a Sidney, en julio de 2000, me enviaron a Villa Clara y subieron a otros atletas que ni siquiera integraban la preselección. En septiembre me comunicaron mi reincorporación porque rectificaron o llegó un comodín, el cuento de siempre ante las injusticias.

«A pesar del tiempo perdido, ascendí al segundo lugar de la jabalina y el tercero del disco. Al regreso, me sumaron a la lista de retiros forzosos con el pretexto de la edad, aunque practicaba disciplinas longevas».

Sin olvidar los sinsabores, Gustavo Ariosa porta con orgullo su cubanía. Su historia resume el esplendor del deporte en el país y su convivencia con episodios menos felices. Solo pide más atención para quienes «lo dimos todo, sin pensar en interés ni en dinero», como lo demostró su entrega para abrir el camino a la gloria en citas paralímpicas. 

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