Irving Bustamante Miranda mide, con su cronómetro, el andar de los días. Arranca a las 6:30 de la mañana hacia la Escuela de Iniciación Deportiva (eide) Mártires de Barbados y cruza la meta alrededor de las siete de la noche, en un área del municipio de Diez de Octubre, en La Habana. Rechaza el asiento de sus lauros pasados y disfruta el trabajo con «el futuro».
Debutó en el balonmano y alzó dos títulos de lucha grecorromana en su natal Pinar del Río. Pero ingresó en la eide en atletismo, y pasò las categorías 13-14 y 15-16 antes de llegar a la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético.
Su primer entrenador, Ángel García, compitió durante la República neocolonial, y le transmitió las dificultades para triunfar en esa época, caracterizada por los clubes privados y la discriminación racial. Le inculcó la admiración hacia Fidel, el valor del sacrificio y la voluntad.
«Probé la jabalina, pero me desempeñé, sobre todo, en 100, 200 y 400 metros; sin embargo, prefería el salto largo. Los médicos me lo prohibieron debido a mi miopía degenerativa, con riesgo de desprenderme la retina por golpes fuertes.
«Mi amigo Antonio Díaz me animó a transitar al paratletismo, y descubrí el complejo de reconocer mi discapacidad. Me invitaron en 1995, en calidad de espectador, a un campeonato nacional. Tuve la suerte, entonces, de dialogar con estrellas como Enrique Cepeda, Omar Turro y Ambrosio Zaldívar.
«Adalberto Monterrey y Jesús “Chepín” Castillo me acogieron en esa experiencia. Me acostumbraron a anotar las prácticas para analizar mi evolución, pero me ausenté en varias sesiones de trabajo y esa indisciplina pudo aumentar mi propensión a las lesiones.
«Despunté con dos preseas de oro y una de plata en el certamen que reunió a los mejores del país, en Villa Clara, en 1997. Gané en el hectómetro, con 11.05 segundos, y en los 200, con 22.78. Me eligieron como el más destacado entre los hombres, y logré la confianza de Cepeda, cuando me consideró su continuador».
Con interés lo observó Benito León en esa justa, y lo promovió al equipo Cuba. En 1999 arrasó con tres coronas en la contienda nacional, como aviso de su botín de una dorada, una plateada y dos bronceadas en los i Juegos Parapanamericanos oficiales, en México.
«Benito me acompañó hasta el 2000, y me aconsejó acerca de aspectos fisiológicos y alimentarios, sobre la base de su formación en medicina general integral. Luego me convertí en uno de los medallistas iniciales de Miriam Ferrer; le develaba mis secretos y hasta merendaba en su hogar, la quiero muchísimo.
«Acudí a los Paralímpicos de Sidney con problemas físicos, pero procuré un tiempazo y subí al tercer peldaño del podio en 100 metros, y terminé cuarto en los 200 del Mundial de Lille, Francia, en 2002, que me aseguró mi clasificación para Atenas, dos años más tarde.
«Me enfermé con varicela en 2004. Miriam me informó sobre la realización del Nacional en Pinar y redoblé el entrenamiento. Inscribí, en condición de local, mi registro más veloz en 200, con 22.03 segundos, sumado a las victorias en cien y en el relevo.
«Tras las eliminatorias, avancé en 200 metros con la segunda marca, y lideraba la final a falta de diez metros, pero me remataron. Me correspondía una semana de descanso; sin embargo, la deserción del guía de Arián Iznaga me obligó a suplirlo en esa función.
«Llegué a los cien metros muy cansado, aunque en semifinales fijé mi mejor tiempo (11.04) y, en definición apretada, concluí con bronce.
«En el relevo 4x100 casi perdemos, me entregaron con 30 metros de desventaja. Le pasé el batón a Cepeda, de tercero para segundo, y me ericé cuando me gritó que obtuvimos el segundo lugar».
Después de 2014, devino entrenador en la base. Le debemos, en gran medida, por ejemplo, los inicios de Robiel Yankiel Sol en el ámbito paralímpico.
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