Pinar del Río.–Antonio Garcés comienza a hablar y los recuerdos lo devuelven de pronto a aquellos trágicos días de 1976 en que la vida le cambió para siempre. La entrevista surgió por casualidad. «Profesor, ¿cuál es su equipo?», le había preguntado, sin imaginar su respuesta. «Yo soy de Camagüey, vivo en La Habana, y estuve casado con una pinareña. La facultad de Cultura Física que está allá atrás lleva su nombre: Nancy Uranga Romagoza».
Hasta ese momento desconocía que al directivo de la Comisión Nacional a cargo de la III Liga Nacional de fútbol sala que tendría como sede a Pinar del Río, lo unía a esta provincia un vínculo mucho más fuerte que cualquier torneo deportivo.
El crimen horrendo contra un avión civil cubano que viajaba de Barbados hacia La Habana, con 73 personas a bordo, le había arrebatado a su esposa de 22 años y, probablemente, a su primer hijo. Cuenta que se habían conocido cinco años atrás, en la espa Nacional. Él era atleta de fútbol. Ella entrenaba esgrima. Él estudiaba la licenciatura en Cultura Física. Ella se preparaba para ser bióloga marina.
«El día que le hablé por primera vez, se encontraba de guardia en la entrada principal de la escuela. Me le acerqué, le dije que tenía unos ojos bonitos y ahí comenzó nuestro romance».
De la espa Nacional pasarían a la Escuela de Formación de Atletas del Alto Rendimiento Cerro Pelado. «Cada uno vivía en su albergue, pero nos veíamos todos los días, después de los entrenamientos».
El 31 de diciembre de 1975, al cabo de varios años de noviazgo, Nancy y Antonio se casaron en Camagüey, y esa misma noche volaron a la capital del país para su luna de miel. Garcés recuerda con especial cariño los Juegos Olímpicos de Montreal, en el verano de 1976, la única competencia a la que ambos tuvieron la oportunidad de asistir juntos. Poco después, él partiría a Villa Clara para jugar el Campeonato Nacional de fútbol, mientras la joven esgrimista viajaría junto a su equipo a un torneo centroamericano que se disputaría en Venezuela.
«Me llamó a Villa Clara, me dijo que estaba preocupada, que tenía el presentimiento de que no me volvería a ver. Yo le respondí que no pensara en eso, que las cosas saldrían bien».
El 6 de octubre, sobre las 5:00 p.m., Garcés notó algo raro cuando llegó al Cerro Pelado para bañarse, comer y salir hacia el aeropuerto a recibir a su esposa. «Las compañeras de la puerta me saludaron de una manera extraña, y hubo un amigo que vino a darme un abrazo. Ya todos se habían enterado del desastre, pero ninguno se atrevió a decirme nada».
Solo cuando arribó al aeropuerto y comenzó a indagar por el vuelo procedente de Barbados supo de la terrible noticia. «Es prácticamente imposible explicar lo que uno siente. Tener un ser querido y perderlo de esa forma. Quedamos destrozados», dice.
El monstruoso atentado había terminado con la vida de su esposa y, quizá, con el que sería su primer hijo. «Nuestro embajador en aquella fecha ha dicho que desde que llegó estuvo vomitando, que daba la impresión de que estaba en estado».
Aunque la vida continúa, confiesa que hay golpes que nunca se borran. Dos años después del atentado comenzó a laborar como entrenador. Desde entonces, se ha mantenido trabajando por el desarrollo del deporte cubano.

















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5 de octubre de 2019
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5 de octubre de 2019
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12 de octubre de 2019
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