Comedia de trasfondo dramático –escrita, dirigida e interpretada mediante buenas dosis de oficio, encanto e ingenio–, Las reglas de Rodo agarra su tono desde los inicios del primer capítulo, para ya no soltarlo más hasta las postrimerías. Aquí radica una de las claves del alcance de un trabajo hábil al mantener el equilibrio, además, portador de un delicioso efecto cómico desprendido de la interrelación coloquial y física entre el universo fuertemente codificado de la figura protagónica con el resto de los personajes.
Rodolfo Antonio Casamayor Izaguirre (Rodo), el sabio y meticuloso personaje central encarnado eficazmente por Ignacio Hernández, es un joven con trastornos del espectro autista. Su principal trauma, nos avisa raudo, es que su árbol genealógico solo los incluye a él y a Magaly, su mamá. Pero aún no sabe que su abuela materna vive.
Sara, la abuela, llega a la casa de Rodo y Magaly, proveniente de Bayamo, con una maleta, una almohada y un diagnóstico médico oculto en el bolsillo. En la etapa inicial de su estancia le resultará difícil comprender las numerosas reglas de su nieto, quien rehúsa llamarla abuela. Luego, lo entenderá mejor. También Rodo a ella.
Una actriz con conocidos recursos para el dominio del humor como Yamira Díaz compone el personaje de Sara, quien es empleado en la obra escrita por Amílcar Salatti y dirigida por Magda González Grau, más que como puntual alivio cómico, en tanto resorte integrado orgánicamente al relato, para ramificarlo y propiciar aperturas narrativas en función de expandir el arco de Rodo.
Es precisamente en el campo interpretativo en el que la serie alcanza uno de sus picos artísticos. Todos los actores honran su cometido (desde Hilario Peña, quien ha hecho un buen doblete en 2025 con su Gunga de Regreso al corazón y su intervención aquí, hasta Yaremis Pérez y Danay Cruz, u otros en calidad de invitados), si bien sobresale Clarita García, quien empasta muy bien con Ignacio.
La profesora Amalia de la serie Calendario (el anterior éxito de la dupla González Grau/Salatti en la teleficción criolla) construye un personaje levantado con naturalidad, desenfado, gracia y, sobre todo, con muchos deseos, el cual se disfruta y convence.
Estos actores personifican a personajes bordados con inteligencia y cariño por Salatti, muy bien dirigidos en el set de González Grau.
No existe incongruencia alguna en que ambos creadores hayan optado por la comedia al hablar del autismo. El género, cuando se trata bien –cual resulta este caso–, puede encargarse de observar e incluir los temas más peliagudos. El secreto radica en el tacto, la sensibilidad, el respeto, la delicadeza y el tono en su abordaje.
Las reglas de Rodo supera a algunas películas y series extranjeras que, supuestamente desde una óptica «seria», han convertido las neurodivergencias en caricaturas o irrespirables melodramas. Hay aquí una implicación ética por parte de los creadores, que lo impide.
La serie, por el contrario, se convierte en un muestrario fiel, pero nunca agobiante, de un cuadro clínico observado a través de una mirada asida a la intención de comprenderlo y proponerlo como un tema más de la conversación de un audiovisual cubano, que sigue sin desviar la mirada de la riqueza de nuestra diversidad social, luego de la también acertada Los gatos, las máscaras, las sombras.
Al margen de sus méritos, a Las reglas de Rodo debieron descartársele, o hilvanársele mejor, escenas de una fallida concepción (el pasaje onírico con payasa del episodio quinto, mal planteado, carente del encanto que recorre la serie). Por supuesto, el segmento da pie a la situación del «sueño húmedo», con todo cuanto arrastra narrativamente; si bien debió pensarse más.
En ciertos instantes, el rompimiento de la cuarta pared por parte de algunos personajes coarta la fluencia de la escena. Y, definitivamente, es hora ya de que nuestra ficción audiovisual vaya pensando en otro tipo de transiciones, algo que señalamos antes al reseñar otros trabajos y sigue sin mejorar en esta pieza. Aplausos, en cambio, para su opening (presentación) y la música de esta.












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