Una intensa visita de trabajo a Chile me permitió asomarme a su actualidad teatral. A una pequeña parte de ella si se quiere, dadas las pocas veces que me pude «escapar» al teatro.
Al sur, en Temuco y Pucón, territorio de la Araucanía, constaté esa pasión que recorre el teatro en todas partes, esa persistencia de creadores dispuestos a enfrentar adversidades y lejanías del «centro».
El colectivo La Escalera aprovecha la bella sede brindada por sus colegas del sindicato Sidarte. En la carpa que sirve de lugar de representación, se estrenó el monólogo Sonya, en el que la actriz Catalina Barros, bajo dramaturgia y dirección de José Luis Cáceres, despliega todos sus recursos para mostrar la realidad fracturada de la personalidad humana en medio de las locuras de este diario vivir.
En Pucón, Carlos Gray lidera y mantiene unido un pequeño colectivo, La Góndola del Arte, de la Corporación Cultural Antulelbún. Entre veteranos y jóvenes, el propio Gray, autor del texto, Julia Lohan, Rayen Amigo y la directora Tatiana Tarsetti ponen en marcha la acción escénica sobre la música de Esteban Ruiz, con el fin de habitar el poema en prosa Tabú, un viaje hacia la medianoche, para encontrar los ribetes del amor en el azar de lo fortuito.
En Valparaíso, muy bien plantada la Compañía Teatro IluCión, que conduce Claudio Vidal. Una historia de gatos se dirige a la niñez con temas de la educación y la comunidad mediante la comedia musical, el despliegue cromático y el cuidado en la elaboración de los lenguajes de la escena.
Mientras, en Santiago, tuve la suerte de coincidir con las jornadas de celebración de los 70 años de Teatro Ictus. En la histórica sala de La Comedia se proyectan ficciones realizadas por el grupo décadas atrás, se conversa con el público y continúa un ciclo en el que varias agrupaciones actuales devuelven sus visiones sobre Tres noches de un sábado, obra de autoría colectiva que todavía causaba furor cuando se produjo el golpe militar de Pinochet contra Allende, en 1973.
Pude ver la versión propuesta por Teatro Sur, de Ernes Orellana, quien, junto a su capaz elenco, trae a la actualidad el viejo realismo atravesado de violencia y subordinación de clase y género, vistas hoy en trabajadores transnacionales del neoliberalismo. Un homenaje pertinente a este tiempo y a un grupo que es memoria del teatro y el tejido cultural chileno.
No pude dejar de recordar al Ictus de aquel Festival de Teatro de La Habana del Congreso Internacional del Instituto Internacional del Teatro (ITI), de 1987. El de Residencia en las nubes, con la metáfora como arma contra la dictadura. El de Nissim Sharim, Delfina Guzmán y Claudio Di Girolamo.
Ahora, en Santiago de Chile, en su habitual barrio de Lastarria, lo acompaña un público joven que persigue en esa sala sótano, bajo la calle, nuevas imágenes para enfrentar los desafíos de un país que se debate nuevamente, ahora en las urnas.












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