La cubanidad como una condición del alma

Durante una conferencia dictada en la Universidad de La Habana, el 28 de noviembre de 1939, bajo el título Los factores humanos de la cubanidad, el sociólogo y pensador Fernando Ortiz dejó sentado «que la cubanía fue brotada desde abajo y no llovida desde arriba».

Justa esa profunda aseveración, la podemos engarzar armoniosamente con el deber de venerar a Omara Portuondo en su onomástico 95, pues una artista de su categoría constituye el testimonio vivo de cómo ese sentimiento patrio del que habla Ortiz es mucho más que el hecho de haber nacido en esta Isla.

Cuando Omara no cesa de repetir una y otra vez que le gusta «ser un símbolo de Cuba, me siento realizada, es como si fuera la bandera cubana», o que se siente «agradecida por haber tenido la oportunidad de representar a Cuba por todas las partes del mundo», estamos ante una conciencia raigal del sentido de ser cubana y la voluntad expresa de quererlo ser.

No nos alcanzaría el espacio para reseñar en toda su amplitud el predominio de una extensa obra patrimonial, de la que, como en pocos casos, hemos sido testigos diferentes generaciones. Si bien es cierto que con el suceso discográfico del Buena Vista Social Club, hacia finales de los años 90 del pasado siglo, se logra presentar a Omara ante una audiencia planetaria, que la reconoce bajo el privilegiado calificativo de «la diva del Buena Vista Social Club», Omara ya era Omara hacía rato.

Para los que peinamos canas, recordarla en el Cuarteto D’Aida, con nada menos que Elena Burke, Moraima Secada y Haydée Portuondo, es confirmar que desde entonces era manifiesta su capacidad para hacernos partícipes de una autenticidad que jamás la ha abandonado.

Es la dueña de un código secreto de identidad que a los no nacidos en esta Isla les resulta un entorno sonoro francamente arrebatador, mientras que para nosotros se trata de una invitación a capturar la magia de sentirnos reflejados tal cual somos.

En la sabrosura de Por eso yo soy cubana, o bien en la contenida intensidad de La era está pariendo un corazón y Vuela pena, clásicos de Silvio Rodríguez y de Amaury Pérez, temas que hiciera suyos cuando ambos intérpretes todavía no eran músicos famosos; en la deliciosa intimidad de Lo que me queda por vivir, de Alberto Vera; en la impactante fusión del patriotismo con el arrollador montuno de Junto a mi fusil, mi son, de Andrés Pedroso; en la inigualable versión del precioso tema Y tal vez, de Juan Formell, o en su personal interpretación de Siempre es 26, de Martín Rojas… están verdaderos hitos, manifestaciones concretas del arraigo de Omara en la sensibilidad del cubano durante décadas.

Por si no fuera suficiente todo lo que nos ha entregado, acaba de presentarse el disco Eternamente Omara, del cual sobresalen particularmente los dúos que hace con Silvio en la canción Demasiado, y el que asume con la carismática cantante Angelique Kidjo, de Benín, en La Guantanamera.

Entre los múltiples reconocimientos al legado de Omara, además de ser Heroína del Trabajo de la República de Cuba, encontramos desde la Orden del Sol Naciente, Rayos de Oro con Roseta, máximo galardón que otorga el Gobierno de Japón, hasta el premio World Pioneer 2021, otorgado por la prestigiosa revista británica Songlines, debido a su emotiva y atemporal versión del bolero Veinte Años; o el Premio a la Excelencia Musical de la Academia durante la vigésima edición de los Grammy Latinos.

Precisamente, cuando a esta cantante nacida en el barrio habanero de Cayo Hueso le otorgaron el Grammy honorífico, expresó: «Lo recibo en nombre de Cuba». No se podía esperar otra reacción de quien, según los factores humanos de la cubanidad desarrollados por Fernando Ortiz, porta consigo la cubanidad como una condición del alma.