ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Devuélvemela (2025), recién estrenada en Cuba. Foto: FOTOGRAMA

Tanto gracias al Icaic como a la Televisión, los espectadores cubanos hemos tenido la oportunidad de apreciar, muy poco después de sus estrenos mundiales, las películas Háblame (2022) y Devuélvemela (2025), los dos muy sonados títulos dirigidos hasta el momento por los cineastas Danny y Michael Philippou.

Estos jóvenes hermanos gemelos australianos, nacidos en 1992 y provenientes del universo de las redes, ganaron notoriedad a nivel internacional debido a sus materiales (mezcla de horror y humor, más parodias de célebres películas comerciales) en RackaRacka, su canal propio de YouTube.

Ellos, además, integraron el equipo técnico de uno de los íconos de la pantalla terrorífica del siglo en marcha: el largometraje, también australiano, Babadook (Jennifer Kent, 2014).

La productora independiente estadounidense A24, tenida en la industria por emblema de cine de calidad o prestigio (aunque no todo el que realiza ese sello es así, pues también ha financiado películas que poco favor le hacen al séptimo arte), olfateó el potencial de dichos jóvenes y los comenzó a respaldar.

Los Philippou no desaprovecharon la oportunidad, al fraguar una hasta ahora breve pero sustanciosa obra, bienvenida brizna verde que inyecta con la clorofila de la esperanza a un género dominado, en segmento determinante, por las convenciones hollywoodenses.

Estos realizadores –quienes, asimismo, escriben los guiones de sus largometrajes–, muestran preferencia por el terror doméstico, de personajes bien armados e interpretados (con predominio juvenil), en relatos en los cuales elementos como la muerte, la pérdida, la enfermedad mental o el duelo resultan recurrentes, en tanto reflejo en su creación de experiencias autobiográficas familiares.

Hay mucho cine del género, visto, metabolizado, transustanciado y resignificado en la poética de ambos cineastas, cuya traza identifica signos de hibridación entre los lenguajes fílmicos y el de internet, a diferencia de otros cultores más tradicionales, pero también valiosos e innovadores del género –e igualmente aupados por a24–, como Ari Aster (Hereditary) o Robert Eggers (La bruja).

Los Philippou poseen el rarísimo don de hacer orfebrería a partir de los retales de una comarca que deconstruyen y reconforman desde una posición de respeto. Eso no les impide zarandear los cánones o zafarse de las estrategias compositivas del terror clásico, aunque sin abjurar de estas, sobre las cuales a la larga se sustentan.

En consecuencia, su cine es semejante a Jano, el dios romano que mira con una de sus caras hacia atrás y con la otra hacia delante.

Ellos discursan a las presentes generaciones mediante la imaginación y la perspectiva de dos jóvenes astutos quienes saben que, en este codificado campo del terror, deben soñar e innovar, pero siempre sin perder las señales del diseño ancestral concebido por los estudios desde los tiempos precursores de la Universal.

De la mano embalsamada que convoca a los espíritus en Háblame, al niño que devora su propia piel, o la mujer que flota junto a su hija muerta en la piscina de Devuélvemela, los creadores australianos han concebido hallazgos expresivos, criaturas e imágenes que ya forman parte de la iconografía del género.

Al ver sus películas, el espectador se siente como un comensal satisfecho con el plato degustado. Poseen enjundia, sabor, buen olor, condimento y el toque de sal precisos. Algunos los acusan de sobrepasarse en sangre, estrépito, y sadismo. No me incluyan ahí. Ellos les colocan a sus filmes cuanto sus filmes precisan.

Ojalá los Philippou mantengan la integridad dentro de la industria, sin sucumbir a sus tentaciones monetarias. Son jóvenes y muy talentosos, les pondrán cheques en blanco, los invitarán a franquicias, a tontas superproducciones... Votemos porque resistan.

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