
En las calles, los festeros, herederos de un secreto que pasa de abuelos a nietos, dan los últimos toques a las trabajaderas, esas estructuras monumentales que son altar, escenario y trofeo. Martillos, sierras y risas nerviosas se mezclan. En el barrio del Gallo, el rojo y el amarillo brillan bajo focos improvisados.
En el territorio del Gavilán, el azul y el blanco se visten de gala. Hay una rivalidad palpable, un deseo feroz de ganar, pero por encima de todo, flota un respeto silencioso. Algunos se saludan de lejos, se conocen, son familia, viven en el mismo pueblo.
Matrimonios que se divorcian durante los festejos, hermanos que se enemistan, autoridades que se miran de reojo. Es la paradoja perfecta: se luchará con belleza y ruido hasta el amanecer, pero al concluir la batalla, compartirán el mismo pan, los mismos esfuerzos, las mismas carencias de tiempos difíciles.
Dicen los que saben del tema que, para organizar bien una parranda, hay que hacerlo un año antes.
Es de tarde y nada delata lo que se sobrevendrá en la noche, en el poblado avileño de Chambas. Hay calma, una calma alarmante. Mi interlocutor quiere que escriba del Gallo; ella, del Gavilán; yo no me dejo llevar por las pasiones, los deseos y las preferencias; no pertenezco a ninguno de los dos.
El sol comienza a hundirse detrás de los techos de tejas, y la gente de uno y de otro bando comienza a llenar las calles. Perdura el silencio, un silencio de emociones contenidas. Va a ser la noche en que las emociones del pueblo se dividen en dos para latir con fuerza, y más fuerza: de un lado, el rojo carmesí del Gallo; del otro, el azul intenso del Gavilán. El encuentro cara a cara.
Y el pueblo entero es un solo corazón, dividido en dos amores irreconciliables y a la vez profundamente unidos.
El Gallo, a picotazos y aleteos, combate, deslumbra con su carroza Tierra Brava, un monumento a la cubanía que homenajea la identidad isleña: arquitectura colonial, sincretismo religioso y la imagen central de Cachita, la Patrona de Cuba.
El Gavilán vuela alto y responde con Wicked (mala, malvada, perversa), una obra maestra que recrea la Ciudad Esmeralda de El Mago de Hoz. Cuenta la historia de Elphaba, una joven mujer que nació «diferente», es inteligente, intensa, no entendida.
La noche huele a pólvora. La batalla transcurre entre humo, música y fuegos artificiales que convierten la noche en día. Hay respeto. No hay ofensas, y cada bando reverencia los designios del otro.
El escenario son las cuatro esquinas; el campo de batalla en el que cohabitan miles de chamberos y forasteros, muchos llegados desde los más disímiles lugares, una muchedumbre expectante. De pronto, un estruendo sordo, visceral, rompe el silencio. Es el sonido que ha marcado el inicio del espectáculo durante nueve décadas. No es un sonido de guerra; es la voz de 90 años de fiesta y colorido.
Y comienza el diálogo de titanes. El Gallo lanza al cielo sus primeros fuegos de artificio. No son simples luces; son un desafío escrito en destellos de oro y rojo. El Gavilán responde de inmediato, tejiendo con sus cohetes un manto azul y plateado sobre las estrellas. Y el cielo de Chambas se convierte en un lienzo en el que se pinta una rivalidad sublime. La gente vitorea cada voladura.
Música de la buena lo inunda todo. El repique de los tambores, el chocar de los hierros, las cornetas chinas que lloran melodías traídas de otro tiempo. Cada comparsa toca su aire, su identidad sonora. La gente baila en medio de la multitud, no importa el calor ni el empuje. Es un baile ritual, una catarsis colectiva.
La pólvora se va disipando, mezclándose con los primeros claros del alba. El olor a humo se queda flotando, como el recuerdo de lo vivido. Las luces artificiales se apagan y la luz natural revela el cansancio feliz en los rostros, el desorden glorioso de una batalla ganada por todos.
No importa qué bando haya puesto la carroza más alta o quemado el mejor fuego. Los capataces del Gallo y del Gavilán se buscan entre la gente. No hay trofeo mayor que el que se concede mutuamente. Se dan la mano, un abrazo firme. Se felicitan.
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