ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
«Si entonces un niño llega hasta ustedes, si ríe (...), si no responde cuando lo interrogan (...), escríbanme y díganme que el principito ha vuelto». Foto: Ilustración tomada de elaltavoz.mx

Acabo de cerrar, sin poder precisar cuántas son las veces que he emprendido su lectura, ese libro revelador e ineludible que es El principito. Hará, este 29 de junio, 125 años del nacimiento de su autor, el aviador y escritor francés Antoine de Saint-Exupéry. Pero incluso cuando de su vida haya muchas cosas interesantes que decir, no puedo pensarlo sino a través del tamiz de esta obra que, entre la dulzura y la amonestación, nos conduce a la autorrevisión permanente, no solo en el plano personal, sino también en el que nos coloca como parte indefectible de la humanidad. 

Leo El principito y, junto a la belleza de su sentido, la página nos devuelve penosas vergüenzas. Escrito hace 82 años, la avaricia y el desatino humanos vertebran el singular argumento que deja muy mal paradas a «las personas mayores» –responsables de los destinos de la existencia humana y del planeta– en contraste permanente con la inocencia y la sabiduría de los niños.

«No me gustaría que mi libro fuera leído a la ligera», dice De Saint-Exupéry en una de sus líneas. Quien haya cumplido su encomienda sabe que los mensajes de la historia –un pequeño que habita el asteroide b-612, un diminuto mundo, apenas más grande que una casa, encuentra a un aviador en el desierto del Sahara, donde ha caído tras sufrir el motor de su nave una avería, y establecen durante unos días una sorprendente amistad– van más allá de la anécdota misma, y que es abierta la crítica a las conductas irracionales de gobernantes, mandatarios y ególatras, y a la superficialidad y banalidad del ser humano, en contraposición con la lógica y la limpidez infantil. 

Repaso uno a uno los diálogos, y no puedo menos que preguntarme qué habría escrito en esta hora –de haberle tocado presenciar el mundo actual– este hombre que soñó con volar, que se hizo piloto desde muy joven y fue de los primeros que repartió por avión el correo.

Junto a esta vocación, De Saint-Exupéry escribió entonces lo que antes razonó en pos de un mundo que le ofreció sus fealdades. Obras como El aviador, Correo del Sur, Vuelo nocturno y Tierra de hombres cuentan entre los títulos que firmaría, sin abandonar su profesión de aviador. Ejercería también el periodismo, con reportajes sobre la Indochina Francesa (actual Vietnam), Moscú y España. En julio de 1944, una misión de reconocimiento, durante la Segunda Guerra Mundial, puso fin a su vida, en circunstancias enigmáticas que preservan el entresijo hasta nuestros días. 

Volviendo a su obra cumbre, ese libro inclasificable, el más leído y traducido de toda la literatura francesa; adaptado al cine y honrado en esculturas y pinturas, no deja, por esperanzadora suerte, de ser inspiración.

El principito es el mejor legado del autor que hoy recordamos. Sintamos en lo más hondo el sufrimiento ajeno, como mismo lo conmovió su amigo León Werth, desprovisto de alimento y abrigo, y a quien quiso dedicar el libro. Fieles a esas escenas que nos han estremecido, pulvericemos sus enseñanzas, máximas de indiscutibles valores, para robustecer las almas que las desconocen y se multipliquen los defensores de los justos preceptos que nos dejó escritos.

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