ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Capitán América: un nuevo mundo, estrenada en Cuba. Foto: Cartel

Que un actor negro encarne al personaje del Capitán América resulta irónico contrasentido; no una victoria de la diversidad, ni un paso progresista ni un honor conferido a esa raza, tan vilipendiada, castigada y preterida a lo largo de la historia de Estados Unidos.

De hecho, hubiese sido éticamente plausible que Anthony Mackie se negara a defenderlo, en respetuosa muestra de recordación a los afronorteamericanos asesinados por el Ku Klux Klan, a siglos de atropellos, a los abusos históricos y actuales de los cuerpos policiales de ese país contra la minoría representada por Rodney King, George Floyd o tantos golpeados o muertos en sus calles.

Este superhéroe (usado como arma propagandística en la II Guerra Mundial, luego emblema de toda la barbarie yanki en el planeta) define los términos simbólicos de un sistema que no solo hace de la depredación mundial base de su mecanismo de subsistencia, sino que también oprimió y oprime, en casa, a negros, latinos, migrantes.

Pero los dineros de Marvel son muy cuantiosos y Mackie soslayó posibles conflictos morales (metidos, tímidamente, de calzador en la desastrosa serie Falcon y el soldado de invierno: segunda aparición del superhéroe negro tras cederle el trono Chris Evans al cierre del filme Avengers: Endgame, en 2019), para interpretar al personaje, en el primer largometraje en el cual resulta protagonista absoluto.

En esta película, titulada Capitán América: un nuevo mundo (Julius Onah, 2025), Mackie, ya en pleno carácter estelar, luce el traje con el escudo, la máscara, los colores, barras y estrellas de la bandera yanki, en función de preservar los «grandes» valores de «América».

Los propios críticos estadounidenses, algunos de los cuales suelen defender su cine hasta cuando no lo merece, achicharraron el filme.

Les asistió la razón. El espectador cubano tuvo la oportunidad de comprobarlo en las salas de estreno. Capitán América: un nuevo mundo, al margen del repudio ideológico que nos concite a muchas personas, es mala, muy mala, en términos artísticos.

¿Por qué? Porque yerra estrepitosamente en toda la estructura básica de sostenimiento de un largometraje: argumento, guion, dirección, puesta en pantalla, personajes e interpretaciones.

Esto es una carcasa vacía, en la que las líneas de relato solo operan en tanto puentes intermedios entre una y otra de esas set–pieces (unidades secuenciales de alto impacto), que intentan promover como la mayor gestión del filme. Empero, varias de estas, en vez de generar admiración, provocan la risa abierta del espectador.

El ejemplo mejor de lo anterior se registra al finalizar una de tales, al minuto 99. Ahora Mackie le da un melodramático sermón de autoayuda al presidente de EE. UU. –a quien un villano transformó en el airado Hulk Rojo–, para que abandone la ira y retorne a la normalidad.

El mandatario parece ceder a sus palabras. Se decide ya, cuando la hoja de un árbol vuela y se desliza entre sus manos ¡Oh, Terrence Malick, Julius Onah te superó! Música extradiegética emotiva. Una imagen con sombra, pensada para niños de kindergarten, funciona como transición visual para la reaparición humana del presidente. Él es un Harrison Ford enclenque y en harapos, quien observa el rostro aleladamente patriótico de Mackie. Puro material de meme.

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