
El escritor inglés Charles Dickens (1812-1870) nunca imaginó que sus restos descansarían en el «Rincón de los Poetas» de la Abadía de Westminster –sitio para homenajear a quienes enaltecen la cultura británica–, junto a grandes como Thomas Hardy y Rudyard Kipling, autores de los clásicos Tess, la de los d'Urberville y El libro de la selva, respectivamente.
Él deseaba pasar desapercibido y ser enterrado en un lugar sencillo, pero el pueblo inglés no podía dejar que uno de sus novelistas más importantes permaneciera en el olvido.
Este 9 de junio, tras 155 años de su deceso, el mundo recuerda su obra, cargada de una profunda dimensión humana, crítica social y cierta dosis de humor e ironía. No en vano Dickens es considerado uno de los mejores escritores de la Inglaterra decimonónica.
De formación autodidacta en sus primeros años, solía ser un lector voraz y, entre sus títulos favoritos, figuraban Robinson Crusoe y Las mil y una noches. Su suerte cambió cuando, como algunos de sus célebres personajes, se vio obligado a trabajar largas jornadas siendo solo un niño, a causa del encarcelamiento de su endeudado padre.
Desde los 17 años se adentró en las letras a través del periodismo. Llegó a fundar dos semanarios y cultivó diversos géneros como la sátira, el costumbrismo, la opinión y los ensayos, con textos de «alta calidad literaria», que «palpitan vida» y «gozan de una especial vigencia», sostiene la escritora española Dolores Payás.
Precisamente, un encargo periodístico lo llevó a la producción de su primera obra literaria: Los papeles póstumos del Club Pickwick (1836-37), una novela por entregas, en folletines, que lo lanzó a la fama a los 24 años y que los lectores esperaban con ansias.
Con las reminiscencias de su infancia comenzó a escribir sus denominadas novelas sociales o realistas. A través de ellas, denunció las condiciones miserables en que sobrevivían las clases bajas de la época victoriana.
De su vasta producción literaria podemos mencionar la novela Oliver Twist (1837-39), en la que el protagonista, un niño huérfano, sufre los horrores de los bajos estratos de la sociedad londinense –aunque con un final encantador–; y Cuento de Navidad (1843), noveleta sobre la redención y la generosidad, un clásico de la época navideña que influyó en la forma de celebrar esa festividad.
Fallecido a los 58 años, a su pluma se deben Grandes esperanzas (1860-61), David Copperfield (1850), Tiempos difíciles (1854) e Historia de dos ciudades (1859).
Para rendirle homenaje, descendientes suyos se reunieron el pasado lunes en la casa-museo que lleva su nombre, en el barrio de Bloomsbury, en Inglaterra, donde el autor vivió los albores de su éxito.
Su tataranieta, Lucinda Dickens Hawksley, afirma que las excelentes tramas de su narrativa lo hacen muy querido, y que sus historias tienen un alcance global, son humanas y universales.
Lo que sí podemos asegurar es que, aunque sus personajes decimonónicos nos parezcan lejanos, Dickens lleva dos siglos desafiando la posteridad con su grandeza.
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