
Leso caso de sobrevaloración, la miniserie alemana Mi querida niña (Netflix, 2023) obtuvo 100 % de aprobación crítica, de acuerdo con Rotten Tomatoes, un tan leído como a veces poco fiable sitio web estadounidense de revisión y reseñas para cine y televisión. Semejante puntaje no lo han alcanzado, en otras evaluaciones, ni algunas grandes obras maestras del celuloide.
Esa producción germana –estrenada por la Televisión Cubana– también fue reconocida, entre 56 materiales de 21 países, como Mejor Miniserie en los 52 Premios Emmy Internacionales.
Este es un lauro que recompensa a los materiales no realizados en EE. UU., que antes distinguió a Dark, otra sobrevaluada serie de la división alemana de Netflix, por lo cual no deben descartarse intenciones de espaldarazo comercial a esa industria.
Ahora bien, más allá de cualquier especulación, el hecho injustificable de entregar el Emmy en 2024, cuando fueron estrenadas tantas series de mucho mejor nivel, no puede verse sino como otro de los contrasentidos de ciertos premios occidentales.
Sin mucho tino en la idea, la serie intenta, infructuosamente, ganar –a base de una búsqueda acusada de lo sombrío, el uso excesivo del efectismo, fórmulas de plataformas y copia de motivos argumentales de diversos filmes y títulos de su mismo formato– parte del amplio terreno conquistado por el thriller negro nórdico.
Sin embargo, estas últimas series –sobre todo las producidas en Suecia y Dinamarca– son insuperables, por sus aciertos en las descripciones de los conflictos y entornos seguidos, la imbricación del elemento natural a la trama, el despliegue visual, la energía, el equilibrio entre el decurso de la historia y la introspección de los personajes, atmósferas, la contención tonal y el rigor en narraciones no originales del todo, pero convincentes en el manejo de los códigos del género.
En tales materiales, lo sombrío y la oscuridad del relato surgen a partir de la evolución natural del caso criminal abordado, no como un objetivo impuesto a los guionistas (a la manera de esta miniserie), lo cual a la larga solo se convierte en rareza gratuita, de la cual nos sonreiremos al paso de los años, o ahora mismo ya.
Mi querida niña –basada en el bestseller homónimo de Romy Hausmann– tiene pinta de cosa ya vista, desde ese episodio inicial de los niños y la mujer raptados en un espacio reducido y sin vínculo visual con el exterior, a quienes el captor vela, alimenta o puntúa en razón de su disciplina u obsecuencia. Quien lo dude, repase la cinta irlandesa La habitación (Lenny Abrahamson, 2015).
Yerro ostensible del material escrito y dirigido por Isabel Kleefeld/Julian Pörksend es intentar oscurecer demasiado la lógica que lo sostiene, lo cual empaña el mejor afloramiento de algunas virtudes como el buen suspenso de determinadas escenas, ciertos climas construidos con eficacia, la música de Gustavo Santaolalla (The Last of Us), y –esencialmente– el loable trabajo actoral.
Al margen de su artificiosidad de base en el guion, el personaje de Hannah, la niña protagonista, está defendido resueltamente por Naila Schubert. La firmeza de su mirada, su impecable dicción y los recursos interpretativos que emplea son dignos de encomio.
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