
La muerte de José Mujica no es simplemente la partida de un expresidente, sino el ocaso de uno de los herejes de la política contemporánea. Desde las cárceles de la dictadura hasta la presidencia, su vida fue una revolución ética.
En un mundo de administradores de marcas, gerenciadores de algoritmos y predicadores del crecimiento infinito, Mujica fue la voz áspera de una humanidad que resiste. Su coherencia no fue rigidez ideológica, sino fidelidad a una escala de valores humanistas. Desnudó la hipocresía de la política tradicional: convirtió su existencia cotidiana en un manifiesto colectivo encarnado.
El pensamiento mujiqueano dialoga con la crítica anticapitalista contemporánea: desde el trabajo no remunerado en la era digital hasta la defensa del derecho a la pereza como acto revolucionario. Este no es un artículo neutral. Está escrito con rabia y esperanza, desde la convicción de que las ideas de Mujica –lejos de ser reliquias del pasado– contienen semillas para construir futuros emancipadores.
Ante la ONU, siendo mandatario del «paisito», desnudó la paradoja fundamental del «progreso» capitalista:
«El hombre no gobierna hoy las fuerzas que ha desatado, sino que las fuerzas que ha desatado gobiernan al hombre... Y en la vida no solo se trata de producir, sino de decidir para qué producimos. Porque ¿no es acaso esta reflexión desde el pensamiento circular que lo caracterizó un osado planteo que nos ayuda a nombrar hoy el cambio de fase del capitalismo? El trabajo ha invadido todos los tiempos y espacios vitales de quienes habitamos el planeta. Plataformas, redes sociales, teletrabajo: todo borra los límites entre trabajo y ocio. Cada minuto es apropiado por los personeros del capital como valor.
Mujica advirtió la dictadura del consumo. Trabajamos invisiblemente para comprar cosas que no necesitamos. Comprendía que el capitalismo produce subjetividades alienadas, ansiosas, depresivas, profundamente infelices. Su crítica al productivismo es también defensa de la vida digna.
El gesto político más radical de Mujica no fue ninguno de sus discursos, sino su elección existencial. Su bicicleta estacionada afuera del palacio presidencial, recordándole a todos los funcionarios que alguna vez fueron militantes de a pie, su viejo Volkswagen Escarabajo, su chacra donde vivió con su compañera guerrillera e implacable, Lucia Topolansky, hasta el último día. No fue folclorismo político, fue una práctica consciente de lo que podríamos llamar «austeridad revolucionaria»: la decisión de vivir por debajo de las posibilidades que su cargo le permitía, como forma de desafiar la lógica del «tanto tienes, tanto vales» imperante. Vivir así, como acto de provocación. Retomó la tradición de los cínicos griegos, y conectó con críticas contemporáneas al desarrollismo, ese espejismo de colores cada vez más quirúrgicamente infiltrado en nuestras conciencias. Su mensaje fue claro: no se trata de vivir en pobreza, sino de no acumular fortunas obscenas mientras millones de seres humanos son descartados por el capital.
El viejo Pepe intuyó el peligro de un nuevo tipo de sujeto maquinizado. Cada acción, cada movimiento, cada interacción online produce valor. Y soledad. Denunció que el mercado nos hace «esclavos del deseo artificial». En 2018 nos decía: «Nos están metiendo la tecnología no para hacernos más libres, sino para atarnos más al consumo. El celular ya no es un aparato, es una prótesis de nuestra identidad».
Vivimos en el sinsentido programado en cities financieras y valles digitales.
El tupamaro devenido en conductor de la fuerza política y social más progresista que conociera hasta ahora su país, el Frente Amplio, no propuso un modelo exportable, sino una provocación: ¿Cómo vivir en coherencia con lo que se cree en un sistema diseñado para fracturar esa coherencia? Su humanismo fue herejía en acción, un recordatorio de que otra política es posible, no desde las campañas electorales, sino desde los gestos. En tiempos de soledad colectiva, su legado es un llamado a repolitizar la vida cotidiana, no exclusivamente como acto de militancia, sino, sobre todo, de lucha civilizatoria por nuestra humanidad. Algo que no suena para nada a poco, en una época en la que nos encontramos ante la urgencia de despertar el género humano.
*Directora de la agencia argentina Nodal






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Alfredo dijo:
1
20 de mayo de 2025
04:34:10
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