Las escuelas de EE. UU., sus políticos, muchos libros de historia publicados allí, y Hollywood, han sumido al ciudadano de ese país en la colosal burbuja de mentiras del Destino Manifiesto, el cacareado «excepcionalismo» y el papel «divino» de redentores universales.
Por eso, para los estadounidenses –como también para el resto del mundo–, resulta muy útil apreciar, y más hoy día, la serie La historia no contada de los Estados Unidos (Showtime, 2012). Dirigida, producida, narrada y coescrita por Oliver Stone, es una ofrenda a la verdad, que entrega un director con garantías a la hora de establecer aproximaciones realistas a episodios claves del pasado local reciente. Sus filmes Pelotón, Nacido el 4 de Julio, JFK, W. y Nixon lo atestiguan.
La valiosa serie documental de diez capítulos sobresale gracias a su capacidad para configurar un veraz diagrama en derredor de un amplísimo arco histórico. Al hacerlo, se afinca a una perspectiva comprometida con la objetividad y la valentía en la transmisión de los hechos.
Guerras, estallidos nucleares, instauración de dictaduras, destrucción de pueblos, respaldo a asesinos, creación de engendros supranacionales, divisiones fratricidas, agresiones biológicas… son expuestos (con grabaciones e imágenes de archivo muy elocuentes), cual hechos denotativos del sentido destructor del imperio.
De la desvergüenza total del águila: de eso tratan los 713 minutos del material de Oliver y su compatriota, el historiador Peter Kuznick.
Obra para atesorar, revisar; sin parangón en el audiovisual estadounidense –en el cual, si algo no abunda, son los Stone o los Michael Moore–, no merece muchas objeciones. Entre estas sí cabría mencionar ese ingenuo antojo especulativo de Oliver y Kuznick –más recomendable para pieza fictiva que para lo documental–, de elucubrar una y otra vez cuánto pudo haberse impedido con el posible acceso al poder del candidato demócrata Henry Wallace, en vez de Truman. La historia es la que es, no la que hubiésemos deseado.
No plasman, en el examen al tema del capítulo 8, todo lo develado sobre el«romance» antinatural entre el halcón Reagan y el pelícano Gorbachov. Este último, de su «pesca» no sacó ni dos sardinas para llevarse al Kremlin, durante uno de los lances ideológicos de menos equilibrio en sus artes y mañas librados en la historia binacional. Hoy, otro hombre manda, piensa y negocia en Moscú.
El halo mágico con que Stone circunvala las testas de Roosevelt y Kennedy –además de la falta de cuestionamiento a la versión oficial del 11 de septiembre– tampoco encaja con la seriedad del material.
El creador sí hace gala de inobjetable verosimilitud factual en el resto de los temas de su megadocumental político. Y tiene el tino de soltarle a bocajarro a los estadounidenses, entre otras muchas verdades, que ellos no ganaron la Segunda Guerra Mundial, sino los soviéticos.
También recuerda que lo hecho en Vietnam fue un atroz genocidio contra una pobre nación del Tercer Mundo; que el innecesario hongo atómico sobre Japón solo perseguía intimidar a Stalin y demostrar fuerza; que la clase dirigente de EE. UU. es culpable de todo lo perpetrado a lo largo del tiempo, en perjuicio de la humanidad, de la cual ellos son sus únicos y reales enemigos.
Una serie como esta sería impensable producirla hoy en Estados Unidos.
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