La primera secuencia del piloto (episodio inicial) de la serie cubana Los gatos, las máscaras, las sombras es poderosamente buena. En todo sentido: por la tragedia que ilustra, por el manejo tensional de su clima angustioso, y por la forma de transmitir el miedo, la desolación de una mujer que huye del hogar donde, el que un día quiso ver como príncipe, se convirtió en verdugo de su cuerpo y de sus sueños.
La escapada sigilosa de la joven Lisi me hizo pensar, automáticamente, en aquella Pilar que, también, huye de su casa en el arranque de Te doy mis ojos (Iciar Bollaín, 2003), la recordada película española sobre la violencia de género. Sin embargo, la serie de Elena Palacios poca relación guarda con la crudeza expositiva de ese título.
Tampoco podrá conectarse con filmes de trazo grueso, a la manera del italiano Siempre nos quedará mañana (Paola Cortellesi, 2023), cuyo saludo de buenos días del personaje del esposo es una bofetada a su pareja, a los diez segundos del comienzo.
La serie cubana elude las explicitudes –sin renunciar a estas cuando resulta preciso–, para instalarse en una zona expresiva en la que cuanto prima es la sugerencia, el convite hermenéutico propositivo, el apunte, el símbolo, la imagen, la mirada desde el fuera de campo.
No pretende recrear o visualizar el fenómeno con la mira puesta en un ángulo vinculado al espectáculo (porque nada de ello tiene este, sino de pena y calvario), para abordarlo, en cambio, desde el centro del conflicto existencial, desde las capas más íntimas del drama.
Lo más sencillo es la forma habitual de representarlo; lo difícil es esto que se propuso la serie y consigue, con creces, en los seis episodios transmitidos hasta el momento, de los 12 que cuenta.
Palacios ha obrado fino, con la perspicacia, sutileza, sensibilidad, comedimiento, dosificación informativa, austeridad y donaire de series como la española Querer (Alauda Ruiz de Asúa, 2024), de lo mejor sobre el tema filmado a escala internacional en fecha reciente.
Hasta el momento, en Los gatos, las máscaras, las sombras se han tratado el maltrato doméstico contra las mujeres en diferentes variantes, el abuso sexual infantil y el rechazo hacia una muchacha transgénero. Estos capítulos, sí, solo son leve reflejo de un mal que, lamentablemente, nos azota a escala bastante extendida.
Virtud del trabajo es que no solo funciona a rango episódico, pues, además, lo hace en tanto unidad dramática. A eso conlleva la hilatura del guion, el engarce de los personajes e historias a lo Robert Altman en Vidas cruzadas (1993), y la presencia conectora del personaje de la siquiatra de una consejería para víctimas de violencia de género. Este lo defiende Daysi Quintana, con organicidad y distensión de registros.
Y es que las interpretaciones resultan otro de los puntos fuertes. No hay espacio para individualizarlas, pero me quedo con la de Yudexi de la Torre en Sandra, el capítulo tres. Su llamada telefónica del minuto 29 al personaje de la hija, violentada sexualmente por el abuelo, representa una clase magistral de actuación.
Distinguen a la serie la fotografía, edición, dirección de arte, producción, asesoría especializada y apoyatura musical. Con lo visto hasta ahora no tengo reparos: Los gatos, las máscaras, las sombras confirma que en Cuba se puede realizar teleficción de primera calidad.
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3G dijo:
1
25 de febrero de 2025
09:43:34
Armando Saez Chavez dijo:
2
9 de abril de 2025
13:56:39
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