Otro grande muy nuestro partió; dijo adiós a los 82 años de edad, en Buenos Aires, el jueves. César Isella era argentino, pero muy nuestro, nuestro americano por los cuatro costados, promotor e ícono de la nueva canción en el continente.
¿Quién no conoce Canción con todos? ¿Quién no ha salido a caminar por las entrañas de América y ha puesto voluntad en unir a todas las voces, todas? ¿Quién no ha sentido una raigal emoción cuando escucha a Mercedes Sosa soltar como un torrente la canción compuesta en 1969, en colaboración con el poeta Armando Tejada Gómez? ¡Cómo no recordar a César en La Habana, en la Tribuna Antiimperialista José Martí, en el concierto homenaje por el 80 cumpleaños de Fidel, o evocar la noche quiteña de 1996, que juntó las voces de Silvio, Fito, Sabina, Cortez, Heredia, los Parra, Inti Illimani, Gieco, Piero y Mercedes!
Él se curtió en el folclor de su tierra salteña, pero con el tiempo lo trascendió. Alcanzó nombradía en su juventud al integrar el grupo Los Fronterizos y participó en la grabación de los hitos de la música popular de concierto de la región, la Misa criolla, de su compatriota Ariel Ramírez.
Compuso decenas de canciones e interpretó las de otros, siempre orientado a develar la savia más fecunda de la sensibilidad y la conciencia de su gente. Entre sus discos memorables, habrá que volver una y otra vez a Juanito Laguna (1976), en el que, tomando en préstamo al personaje del pintor y grabador Antonio Berni, reunió piezas de su cosecha, con las de Piazzolla y Yupanqui, Falú y Eduardo Ferrer.
Al encontrarlo en La Habana, confesó: «Cantar ha sido una profesión, vivo de ella pero no lo veo como un medio de vida, sino un modo de ser, de estar cerca del que me escucha y siente que la esperanza no está derrotada, que hay mucho que hacer para ser lo que queremos ser y no lo que otros nos obligan. El canto es liberador».
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