ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Falleció este martes un maestro querido y respetado del cine cubano, Enrique Pineda Barnet. Foto: Yaimí Ravelo

Lleno de planes que iba madurando antes de enfermar por largo tiempo, falleció este martes Enrique Pineda Barnet, un artista que, de llevar su propia vida al cine, se hubiera quedado boquiabierto delante de la pantalla, quizá tras comentar con su imborrable sonrisa: ¡no me lo creo!

Querido, admirado y hasta mimado por quienes lo conocieron y trabajaron con él, Pineda Barnet tuvo el don de la multiplicidad, a tono con los tiempos que vivió, y en lo cuales dejó la impronta de un elegido por el arte, todas las artes, porque si se repasan los pasos de su existencia se comprobará que probó las mieles más diversas: cantante, actor, escritor de radio y televisión, teatrista, publicista, crítico, periodista cultural, cuentista y poeta de los buenos, autor de textos para el ballet y la danza, locutor y, principalmente, maestro, una vocación que le inyectó savia a su vida y que lo hizo estar entre los primeros alfabetizadores que subieron a la Sierra Maestra.

En 1962 plantó su carpa en el Icaic con los ojos bien abiertos, para aprender cuánto necesitaba mientras hacía, pero antes –asombro de esta naturaleza nuestra– el artista había sido administrador de un central.

Ya en 1963 sorprendía con el documental  Giselle, un clásico que a 60 años de estrenarse se disfruta, y para cuya realización fue fundamental el conocimiento que sobre el ballet tenía su director. Y en 1963 comienza el guion de la coproducción con la Unión Soviética, Soy Cuba (Mijaíl Kalatozov), película que nunca llegó a gustarle y que, tras ser redescubierta y exaltada en 1995 por Martin Scorsese y Francis Coppola, se colocó en planos estelares del circuito de exhibiciones. «Obra maestra formal», dijo de ella el reputado crítico Jim Hoberman, pero Pineda Barnet no se dejó convencer por la opinión de los «grandes». Para él, aquella película seguía siendo –al menos hasta que lo vi por última vez, hace unos tres años– «nada para estar aplaudiendo».

Ese fue otro de sus dones: el saber entablar un diálogo y defender sus «no» y sus «sí» sin perder el porte de elegante caballero, incluso ante alguna que otra crítica cinematográfica que no le fue favorable, a lo largo de una carrera en la que probó armas en todos los géneros, incluyendo el cine experimental.

La Bella del Alhambra (1989) fue su gran película, y hablar de ella y de su éxito de público le emborrachaba los sentidos de la mejor manera. Cineasta de extrema sensibilidad, recreó páginas de nuestra historia que, de no haber sido por él, posiblemente estuvieran todavía esperando: David (1967), Mella (1975) y Aquella larga noche (1979), entre otras.

Artista premiado y condecorado en Cuba y otros países, en 2006 se le confirió el Premio Nacional de cine por toda su obra.

Quien lo conoció sabe que era imposible no ser amigo de este hombre que, desde la ironía, o la seriedad sin tapujos, siempre sincero, podía decir las cosas más tremendas.

Se nos fue el infatigable Enriquito Pineda Barnet con un cartapacio de planes debajo del brazo. De filmarse su vida, ningún título mejor que Huracán de pasiones, el mismo de aquel viejo filme de John Huston en que otros hombres, con otras afinidades e historias, dan la vida por lo que aman.

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rey dijo:

1

13 de enero de 2021

18:43:42


Gracias por rememorar la fructífera obra de uno de los grandes del cine cubano

Eloisa dijo:

2

13 de enero de 2021

18:46:11


Excelente forma de homenajear a un grande de la cultura cubana, con las palabras precisas de una pluma del periodismo cubano