ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Internet

Entre las series criminales y detectivescas a que nos ha acostumbrado Multivisión en horario nocturno, se coló una rara avis: Houdini & Doyle. ¿Qué tenían que ver el célebre escapista, precursor de la truculencia de David Copperfield, con el creador de Sherlock Holmes? ¿Cuánto de verdad y cuánto de imaginación hay en el planteo de los casos desarrollados a lo largo de los diez capítulos concebidos por David Shore, el mismo del Dr. House, al servicio de la coproducción británico-canadiense de 2016?

Lo cierto fue que, en la vida real, Harry Houdini (Budapest, 1874–Detroit, 1926) y Arthur Conan Doyle (Edimburgo, 1859–Crowborough, 1930), se conocieron, trataron y enemistaron. El vínculo y el antagonismo tuvieron una base cierta. El escritor que aplicó con tenacidad y contumacia el método deductivo se fanatizó con el ocultismo, mientras el mago que hizo época en Europa y Estados Unidos al desatar cadenas, vencer inmersiones y urdir ilusiones ópticas, descreyó del espiritismo y apeló a la razón para explicar fenómenos complejos. Tanto fue así que denunció públicamente a la médium que le vendió un supuesto mensaje remitido por su madre desde el más allá: el texto, encabezado por una cruz cristiana, estaba redactado en un inglés impecable. La progenitora del mago ignoraba esa lengua, hablaba en yiddish, y profesaba el judaísmo.

Una y otra vez, en cada capítulo de la serie, ambos se enfrentan en el empeño de descifrar misterios y salen a flote los desencuentros. No hay progresión en sus puntos de vista, pues cuando Doyle (Stephen Mangan)  parece fracasar, y Houdini (Michael Weston) obstinarse, se soluciona el caso mediante explicaciones plausibles, aunque sofisticadas, que dejan un margen de duda para que Houdini admita la posibilidad de una intervención sobrenatural y Doyle, más vencido que convencido, se asemeje más a Holmes que a sí mismo.

Shore y el guionista canadiense David Titcher, conocido entre nosotros por la serie Los bibliotecarios, echaron mano a un tercer personaje, la detective Stratton (Rebecca Liddiard), primera mujer con ese grado en el cuerpo policial inglés, dato que nunca se aprovechó lo suficiente –hubiera sido una interesante nota feminista– y terminó palideciendo ante los encontronazos de los antagonistas.   

Ni puliendo hasta el más mínimo detalle la reconstrucción epocal, ni mezclando ingredientes de la novela gótica y el thriller sicológico, ni metiendo en la trama, a la cañona, personajes reales, como el inventor Thomas Alva Edison y Bram Stoker, el creador de Drácula, lograron sostener el aliento artístico de la serie, cancelada al término de la primera y única temporada. La crítica recordó el contrapunto entre Houdini y Doyle como una versión deslavada de los debates entre Mulder y Scully en Expedientes X.

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