Si alguien quiere descalificar a un oponente en el sistema político estadounidense, basta con que se le endilgue la etiqueta de socialista, aunque el condenado no sea más que un representante del pensamiento liberal, de larga tradición en el sistema.
Thomas Kirkman, el protagonista de la serie Sucesor designado, es un liberal convicto y confeso, que desde la academia y el activismo ambiental, llegó a la política y por carambola a la Casa Blanca. No es un militante antisistema, ni por asomo socialdemócrata ni simpatizante de posiciones izquierdistas. Intenta ser fiel a la decencia y eso es bastante. Despierta simpatía en espectadores que confrontan la experiencia de la ficción televisual con la realidad de lo que ahora mismo está pasando en la poderosa y voraz nación. En espectadores que, querámoslo o no, hemos asimilado la narrativa de la industria hegemónica en la que los buenos –se nos dice que lo son sin argumentos– tienen necesariamente que triunfar contra los malos– también lo son sin matices– y eso basta para inclinar la balanza emocional.
El final de la primera temporada de Sucesor designado resumió la fe y la filosofía del sistema: derrotada, al parecer, la fase inicial de la conspiración que desembocó en la voladura del Capitolio y la puesta en marcha de un descomunal golpe de Estado, el presidente avanza entre vítores por los pasillos de la Casa Blanca. Héroe del momento, salvador de la unión, versión noble y empática del lema reaganiano-trumpista Make America Great Again. Y como la estructura de la serie responde a la lógica de la industria del entretenimiento, quedó planteado lo que en términos dramatúrgicos se ha dado en llamar un cliffhanger, imprevisible vuelta de tuerca en la trama que solo se resolverá en una nueva temporada.
La mayoría de las situaciones desarrolladas a lo largo de la primera tirada de la serie dan la impresión de haber sido concebidas desde la más pura vocación rocambolesca, eso sí, con algunos referentes extraídos de la realidad o de lo que supuestamente pueda ser real en un país donde los métodos violentos, las conspiraciones y las carencias éticas de la política se han enraizado desde el mismo nacimiento de la nación.
Existe la figura de «sucesor designado», un miembro del gabinete que no asiste a los actos donde coinciden el presidente, el vicepresidente, los líderes del Congreso y los titulares de las carteras principales de la administración, generalmente el día del informe del Estado de la Unión, en previsión de una catástrofe. La idea nació en medio de la paranoia de la Guerra Fría. Se sabe que el «sucesor designado» del primer mandato de Obama fue Shaun Donovan, secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano. Quizá ese dato haya inspirado al guionista principal David Guggenheim para el personaje de Kirkman.
En cuanto a la titularidad de Kiefer Sutherland, pesó indiscutiblemente un papel anterior del actor, a la cabeza del elenco en la serie 24, que entre 2001 y 2010 introdujo una nueva perspectiva en el thriller político para consumo de masas e innegables cambios en el lenguaje audiovisual. Fue una apuesta de doble filo, puesto que en un primer momento el héroe de 24 se tragó al de Sucesor designado, aunque, a decir verdad, Kirkman es mucho más digerible y humanamente creíble que aquel Jack Bauer emparentado con el Capitán América.
No dejó de ser interesante en la trama el esquinazo a la criminalización del islamismo como fuente del terrorismo y la traslación del foco de este fenómeno al interior de Estados Unidos, donde pululan grupos supremacistas y se observan bolsones de franca y ascendente filiación fascista. Como tampoco la manipulación de la opinión pública y las trapisondas de senadores, representantes y militares que defienden sus intereses por encima del bien común. En algún momento la serie destila, no faltaba más, un previsible sentimiento antirruso.
Por demás, Sucesor designado apela a lugares comunes: el suspenso y el falso suspenso, el desplazamiento del interés de uno a otro sospechoso, el individualismo como valor supremo en la solución de conflictos, mediante la super-Bond que encarna la actriz Maggie Q y el superagente del Servicio Secreto asumido por el actor LaMonica Garret.
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2 de octubre de 2020
08:32:28
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