Quizá sea el momento de pensar a Rita Montaner en el vórtice de una película biográfica, como las que existen para dar cuenta de figuras esenciales de la música y la escena, y han puesto de moda el neologismo anglosajón biopic, eso sí, hecha con toda la pasión, seriedad y respeto de que seamos capaces. Porque, al fin y al cabo, su vida, genio y estampa, pudieran sintetizar, como ha dicho el poeta y dramaturgo Norge Espinosa, «el principio y fin de una época, pues murió antes de que Cuba cambiara para siempre».
O poner al día en el imaginario de las cubanas y cubanos de hoy, con el concurso de la programación televisual, los memorables documentales filmados por Oscar Valdés y Rebeca Chávez.
O difundir en los más escuchados programas de radio, ahora que la remasterización y limpieza de originales han aireado registros originales, los temas contenidos en el volumen dedicado a ella en la serie Las voces del siglo, de la Egrem, o las 16 canciones que la misma casa fonográfica compiló en el disco Rita Montaner, la Única, curado por el infatigable Jorge Rodríguez.
O de promover –si se halla aún en existencia la tercera edición de 2018 o en todo caso proyectar una reedición– el libro Rita Montaner, testimonio de una época, de Ramón Fajardo, premio Casa de las Américas en 1998. O revisitar desde la emoción el extraordinario texto de Miguel Barnet, Claves por Rita Montaner, para entender cómo esta, de acuerdo con el poeta, «pulió la expresión nacional, con una gesticulación propia y una forma de cantar».
Estas pudieran ser algunas de las maneras –no las únicas– de mantener viva la huella de Rita en nuestra trama cultural, sobre todo de cara a las generaciones de hoy, distantes de su quehacer palpitante. Porque a 120 años de su nacimiento, en Guanabacoa, el 20 de agosto de 1900, su significación debe traspasar la mera instancia de la evocación mítica, del ditirambo acrítico y, por qué no, de la leyenda oscura acerca de su carácter levantisco y difícil.
El culto a Rita tiene necesariamente que escapar a las conmemoraciones rituales. Llamar la atención sobre el juicio más ponderado de sus contemporáneos: Lecuona, Roig, Prats, por citar tres nombres. ¿Una guía? Alejo Carpentier, quien con agudo olfato, en el París de finales de los años 20, puso de manifiesto el papel de Rita en el sustancial engarce entre lo vernáculo y lo cosmopolita, entre la Isla y el mundo. Al compararla con Florence Mills, una de las primeras luminarias afroestadounidenses de la escena musical, y Aida Ward, la voz más famosa del Cotton Club neoyorquino, lo hizo como para que los públicos de Europa y Estados Unidos tuvieran una idea de la estirpe de una cantante excepcional.
Pero si se quiere una aproximación lírica a la dimensión real de la Montaner, nada más pertinente que asimilar la imagen penetrante que nos ha legado Fina García Marruz: «Yo no incluiría a Rita Montaner entre las voces cubanas, sino entre las risas cubanas. Porque Rita tenía la voz mejor toda en la risa…». La poeta no se equivoca al avizorar la vitalidad de una artista que nos revela parte de nuestro ser.










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José Antonio Mases dijo:
1
20 de agosto de 2020
06:32:37
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