ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El director y guionista Manuel Pérez Paredes. Foto: Endrys Correa Vaillant

Cuando se es joven se sueña y desea más. Hechizado por la pantalla enorme del cine de barrio, su corazón se oprimía pensando que su capacidad de imaginar e inventar historias le serían útiles para hacer películas. Pero, ¿con qué recursos y dónde se iba a convertir en cineasta? A los 15 años comenzó a leer críticas cinematográficas, es por eso que luego de trabajar en las mañanas en una oficina y al salir de la escuela de Contabilidad en las noches, pasaba por el Cineclub Visión, que le hacía camino a la casa. Allí Manuel (Manolo) Pérez Paredes conoció a personas con inquietudes afines, que compartían su gusto por las buenas películas o como más tarde llamaría: «el cine como obra de arte».

«Era una sociedad cultural donde no solo se podía hablar de cine, sino también de teatro, de literatura. Estaba Leo Brouwer, que tenía mi edad, pero estaba “disparado” y tenía la capacidad de darnos clases de apreciación musical. Julio García Espinosa impartía asistencia de dirección, para iniciarnos en lo que pudiera ser la industria del cine». Estaba cada vez más cerca de hacer realidad su sueño. «En el cineclub despegué culturalmente. Allí la visualización y discusión de los programas cinematográficos hacen una contribución a mi cultura social en la época del 58, cuando Batista era presidente, ¡porque yo no vivía en una nube! Todos esos factores se van complementando para mi crecimiento personal, cultural y político».

Llega enero de 1959 y cambia radicalmente el rumbo de Cuba, «se vira la mesa». En marzo de ese año Alfredo Guevara funda el  Icaic y comienza todo un proceso para cultivar al pueblo cubano, del cual Manolo formará parte. Es llamado a incorporarse al ejército como sargento, con la misión educativa de atender la programación de las películas en los campamentos militares. «El ejército en Cuba, seguramente como el de otras partes del mundo, tenía un cine en cada regimiento y a las tropas se les proyectaban películas todos los días. Esa tradición estaba desde la tiranía y los rebeldes cubanos no llegan a desplazarla, sino que la mantienen porque se está empezando a dar superación a los soldados». El Gobierno revolucionario, con Camilo y Osmany Cienfuegos al frente, crean un plan para que los soldados cubanos aprendieran a leer bien y tuvieran un crecimiento cultural. «Esa responsabilidad para mí fue extraordinaria, entre otras cosas porque yo no conocía más allá de La Habana, y de pronto me veo asumiendo esa tarea de tal magnitud y viajando por Holguín, Pinar del Río, Santiago de Cuba, Matanzas, dando charlas antes de las películas. Una experiencia humana fantástica». Pero Manolo no tenía vocación de maestro ni de militar, a él le seguía apasionando el cine. Después de siete u ocho meses lo insertan directamente en el Icaic, «ahí empezó mi vida de aprendizaje como asistente de dirección de Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa y otros grandes que me ayudaron». Finalmente, en los años 60, comienza a formarse como cineasta. «Mi sueño se hizo realidad al crearse el  Icaic, esta es la historia de la generación que llegó hasta allí con mi edad, que no teníamos una formación profesional ni universitaria».

La institución fue, desde su creación, polémica, controversial, sin embargo, Manolo se sentía orgulloso de ella. «Fui creando un sentimiento de pertenencia, pues el  Icaic tuvo una vida interna muy rica, el hecho de provocar polémica externa no impedía que existiese dentro una unidad monolítica en cuanto a pensamiento. Esa es una clave que contribuye a explicar su aporte y riqueza: es la negación del inmovilismo, del estancamiento, un lugar con grandezas y miserias, vivo, por su manera de elevar el papel del arte en la cultura. Eso permitió que coexistieran cineastas y tendencias muy diversas y se complementaran.
Tomás Gutiérrez Alea, Santiago Álvarez, Humberto Solás, hacían un cine distinto y sin embargo convivía y vivía dentro del  Icaic … No lo idealizo, pero deja lecciones valiosas a aprender para el crecimiento cultural del país: trajo consigo hacer extensiva la cultura y el buen gusto a todo el mundo. Pero ha llegado el momento de asumir que el cine cubano de hoy ya no es solo el  Icaic, sino que hay cineastas que van a producir independientemente, y a ellos les deja enseñanzas».

Gracias a los esfuerzos del  Icaic, La Habana se convirtió a partir de 1979 en centro de aglutinamiento latinoamericano a raíz de la creación del Festival de Cine, que este año le entrega el Coral de honor a Manolo… «Una de las cosas importantes que tiene es que respeta la diversidad, la amplitud, no es la línea de Cuba, está abierto a la liberación nacional, a la defensa de la unidad latinoamericana. Tiene que promover solidaridad, y ese es su reto. Lo más importante es que se mantenga vivo».

Su sueño no solo se hizo realidad, sino que, con su rúbrica, ya sea como director, guionista o asistente de dirección, podemos encontrar hoy más de una veintena de obras que indiscutiblemente han nutrido el panorama histórico, social y cinematográfico cubano. «Mientras pueda mantenerme activo tengo como asignatura pendiente hacer una película más, un guion sobre la Cuba contemporánea en el que ya estoy trabajando, y en la medida de mis posibilidades, con lo que he visto, he vivido y recuerdo, ayudar a las reflexiones sobre cómo enfrentar los retos que tienen el cine y el arte».

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