ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Portada del libro

El narrador Ahmel Echevarría es un melancólico con una habitual inclinación por las alegorías.  Lo acusan  buena parte de sus libros anteriores y lo confirma Caballo con arzones, la novela ganadora  del  Premio Alejo Capentier  2017, que la crítica ha distinguido en su última edición  entre los diez mejores libros sobre arte y literatura publicados en el año que finalizó.
Según  el escritor mexicano Sergio Pitol, quien parafraseara  a su vez a  André Gide, existe una regla de oro obligatoria en el Ars Poética de un narrador. Consiste en «no aprovecharse nunca del impulso adquirido». Es decir, cuando una prosa antes celebrada se deja ganar por la «autocomplacencia» o la «facilonería» (vocablos exactos de Pitol), y no se impone la batalla permanente de un estilo personal, es posible que la flojera «del impulso adquirido» se transmita de un libro a otro y termine sometida a cierta inercia, sin la tensión vital a toda obra artística.
En los libros de Ahmel Echevarría,  cuentos y novelas, el lenguaje, territorio de tonos y armonías,  ha estado en primera línea de interés.  Solo bastaría  fijarse en el empleo que hace  el narrador de frases de alta resolución simbólica, sobre todo al final de periodos en que  construye  ambientes de remarcada densidad existencial. Sin embargo, en Caballo con arzones el autor se lanza de lleno a reactivar su propia materia de trabajo y sobrepasa márgenes en los cuales se había  definido hasta entonces, al escribir una novela  anti norma,  de espíritu lírico, fragmentaria,  que se resiste a  
dejarse leer desde la cómoda pasividad del lector tradicional.
En Caballo con arzones el amor, las obsesiones, la vida, la muerte, la falta de certidumbres… pasan por una particular habilidad para capturar atmósferas a través de esa ya referida arquitectura comunicativa, que no dejará indiferente al lector.
Poesía, prosa en la poesía, prosa y poesía, algo que en los tiempos que corren  se ha vuelto más común de lo que podamos admitir. Pero la pérdida de los  límites genéricos o el trueque de voces entre  géneros,  si llega a alcanzar cuotas elevadas de elaboración y resonancias,  saben  mejor, también por el riesgo.
Estructurada en 52 capítulos, esta novela de 180 páginas titula cada corto  episodio y lo hace tan bien que una llega a sentir, primero celos, y acto seguido una curiosidad morbosísima por lo que avisa.
La voz del narrador en Caballo con arzones suele transmutarse en La Percanta, amante, o en el mismo hombre negro, narrador, que a veces es ella, y ella él, o el padre de ese hombre. También dialoga un cerdo y entran y salen de escena una o dos mujeres de modo oblicuo. O eso cree ver el lector (a), aunque ya interese menos.
Los personajes dan pie a episodios abiertos que diseñan el juego de un narrador  en presente, por lo general,  o con el modo verbal en infinitivo
encabezando buena parte de los capítulos: hallar, encontrar, cerrar…, lo que aporta con ganas a lo figurativo, a la poesía concreta. Pero son los capítulos bajo el rótulo de Dudas, La Percanta –cuando viene a visitarme– o los de Breve conversación con Robespierre…, en su aparición recurrente, los que ajustan el cuerpo de una narración que proyecta escenarios diversos en los cuales las tramas, si es que podemos hablar de ellas con propiedad, no derivan o contienen de manera forzosa  otras en consecución.
Tampoco se arriba a un fin. O se conoce destino claro. Sin embargo, la acción respira desde la expresión individual. Pequeñas, medianas, grandes e infructuosas preguntas vueltas a registrarse en una  práctica nada inocente y en ocasiones de una vibrante emotividad.
Súmese al sentido total del libro, el diseño de Alfredo Montoto sobre fondo negro, según la rutina del sello editorial Letras Cubanas, a partir de una  fotografía de Cirenaica Moreira. Sin duda, uno de  los mejores momentos de los que hayan gozado las cubiertas del Premio Alejo Carpentier en años.
Lo sugestivo de la composición de la obra de Cirenaica y la ambigüedad de ese cuerpo hermoso, tonificado y sin identidad, fotografiado en equilibrio virtual  y a punto del cambio, del salto por venir, ilumina el pensamiento e invita a pensar para qué sacudidas se prepara.

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