
Hubo un galán al que mirábamos emocionadas quienes fuimos niñas en los años 70. Los varones quisieron parecérsele, dando por cualidades dignas de imitar su talante y elegancia. A los pequeños de entonces nos conmovió poderosamente aquel espadachín alto y desafiante, que llevaba por nombre Enrique de Lagardere, protagonista de una de las más hermosas aventuras de capa y espada que rodó hace ya mucho la Televisión Cubana en su espacio Aventuras. El protagonista, «convertido» en El Jorobado de París, se propondría haciendo uso de sus ardides poner a salvo a Aurorita, la hija de su amigo asesinado, y hacer que esta finalmente se reuniera con su madre.
Desde entonces ya el actor Rogelio Blaín, fallecido el pasado domingo a la edad de 73 años, entraba en nuestras casas y construía con su actuación medular el imaginario fantasioso de los niños, que tuvimos la dicha de disfrutar espacios televisivos como ese, desde los cuales aprendimos a amar a nuestros actores esenciales y engrosar ese cariño viéndolos transitar de actuación en actuación, al tiempo que sus trabajos subsiguientes permitieron no solo verlos crecer, sino advertir el paso del tiempo.
Siempre soñó con ser actor este hombre, nacido en San Cristóbal, Pinar del Río, al que el mundo del arte se le abrió en pleno Servicio Militar, al formar parte de sus artistas aficionados. Casi no pudo creerlo cuando el propio Humberto Solás le solicitó que formara parte del filme Lucía, gloria del cine cubano, para hacer el «Antonio» del segundo de los cuentos.
Trabajos de renombre que tienen garantía en el corazón del pueblo cubano como Los mambises, Marco Polo, Los comandos del silencio, Hermanos, los dramatizados policiacos de Sector 40 y Horizontes abrigan el trabajo de Blaín, recordado especialmente por su desempeño en la telenovela Tierra Brava (basada en la radionovela Medialuna, de Dora Alonso) en el personaje de Lucio Contreras.
En reciente entrevista el prestigioso histrión, expresó: «La obra que yo he soñado me parece que no la he hecho todavía», señal de que para sí mismo el quehacer propio podía y debía ser siempre perfectible.
Sabio es mirarse con ojo crítico, y exigirse a sí mismo más de lo que se da; sin embargo, no siente el púbico para el que trabajó Blaín las fisuras que tal vez él se encontró. Hay en el receptor una complacencia que se traduce en el elogio y la talla con que se adhirió a quienes lo disfrutamos.
Con dolor le decimos adiós a quien no se marcha del todo. No será preciso para recordarlo estar frente a una reposición donde aparezca. Por un tiempo lo seguiremos viendo en la actual telenovela cubana En fin, el mar, pero ni siquiera será ese el resorte para el recuerdo. Rogelio Blaín garantizó el cariño desde hace mucho, cuando se entregó por entero a una profesión que cala hondo en la gente, y les deja siempre algo de los personajes defendidos. En su caso, son muchos. Cada quien sabe en nombre de cuál de ellos Blaín les siguirá hablando.
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Aníbal "Revolución" dijo:
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14 de mayo de 2018
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Lázaro Tito Valdés León dijo:
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DENNYS dijo:
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maguero dijo:
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