
Existencia y sociedad como indagación motivan al laborioso Enrique Álvarez en su última entrega, Sharing Stella, ejercicio próximo al «cinema verité», o cine verdad, ya con larga fecha de ser practicado por diferentes cinematografías.
Fresca la grata impresión que dejó en el pasado Festival del Nuevo Cine su película Venecia, Álvarez toma ahora como pretexto la búsqueda de una intérprete (que también pudiera ser varón) para encarnar a Stella, el personaje vapuleado por Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo.
A la par, indaga sobre las motivaciones de un grupo de jóvenes vinculados al teatro, de manera muy especial sus preferencias personales en un orden de prioridades, y lo que predomina es «hacer el amor», dicho, la mayor parte de las veces, en su término «más rotundo». Sinceridad expresiva del habla que, junto a la mención del órgano sexual masculino con la rotundez reiterada de que ha hecho gala otras veces el director, pretende impregnarle espontaneidad y naturalismo a sus escenas, y lo logra, no hay duda, al precio de resultar monótonamente obsesivo al oído del espectador.
Rodada en pocos días, cámara en mano, y con actuaciones marcadas por la improvisación, unas mejores que otras, Sharing Stella tiene un innegable valor sociológico por cuanto en la encuesta que realiza uno de los actores salen a relucir conflictos personales, vinculados a experiencia vividas y a los momentos que transita el país, como el reinicio de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, un acontecimiento que se recrea con tino informativo y no poca expectación por parte del director, convertido él en un personaje más de una trama que no puede verse a la manera de un filme tradicional, sino como un collage de momentos que deben ser interpretados por el espectador.
Y con Snowden, Oliver Stone entrega una historia rearmada en lo dramático después de millones de informaciones sobre el personaje y el buen documental que realizara Laura Poitras (2014). Contundente es la actuación de Joseph Gordon-Levitt como el hombre patriótico que termina aborreciendo los métodos que utiliza el sistema que defiende, y que hace público en el 2013: el programa secreto de vigilancia mundial de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional).
En Snowden, o la historia de un desencanto, Stone pone en práctica todo su oficio de guionista y realizador para ofrecer un bien contado filme sustentado en la objetividad y las situaciones dramáticas, sin que se permita subrayados de simpatía o puntos de vista muy propios.
Metraje largo, pero intenso, al término del cual no son pocos los que han declarado sentir miedo de esos programas de vigilancia a todos los niveles que, «oficialmente», según se informa, han cesado por parte de la potencia patrocinadora.
Y en 13TH, Ava Duvernay, la misma directora de Selma (2014), homenaje a Martin Luther King, realiza un profundo análisis sobre el racismo en su país a partir, en buena medida, de la imagen que tradicionalmente se ha trabajado por los medios desde aquella cinta racista de Griffith, El nacimiento de una nación, considerada la primera gran película propagandística de la cinematografía, aunque con una ideología tan retrógrada que supera a muchas obras de la cinematografía nazi.
En tal sentido, se hace una comparación con el «terror al negro» que emana de la película de Griffith y esos mismos clichés, desarrollados años después, en la asunción de noticias y hechos delictivos que vinculaban a la población discriminada del país.
Académicos, historiadores, figuras representativas de la sociedad, entre ellas Angela Davis, testimonian acerca del conflicto racial en los Estados Unidos y sacan a relucir hechos tales como que luego de la libertad de los esclavos, los estados sureños, necesitados de mano de obra barata, enviaba a esa gran masa a prisión por los hechos más insignificantes y después se servía de los presidiarios para que les siguieran trabajando como esclavos.
Tentada por el cine comercial para que le alquile su talento, Ava Duvernay sigue empeñada en lo suyo.












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