
Aunque autónomo, Leontina, segundo filme de ficción de Rudy Mora, pudiera verse como un seguimiento construido con ideas y conceptos estéticos que quedaron en el tintero del realizador, luego de su ópera prima, Y sin embargo… (2012), la fábula ampliamente metafórica acerca de la perseverancia moral ante cualquier imposición irrazonable.
De aquella película señalé en estas mismas páginas que, en el trance de elaborar un lenguaje capaz de cubrir las expectativas de una doble audiencia de niños y adultos, no encontraba el tono más loable para mantener un ritmo de interés general y cristalizar todo lo hermoso que se proponía.
En esta ocasión esa dualidad existe menos, porque aunque aparecen niños, y ellos constituyan el nexo para encarrilar el relato de Leontina, el conflicto apunta más hacia una audiencia adulta que sea capaz de interesarse tanto por la trascendencia del tema, como por desentrañar la densidad tropológica con que este es transpuesto en pantalla.
En sus dos primeros largometrajes, el director ha esquivado las vías del realismo crítico que tanto lo hicieron sobresalir en sus entregas televisuales y se sumerge en un mundo de imaginerías que le permiten no ser directo y metaforizar realidades.
Cine de autoría el suyo, difícil y retador, que, en general, deja apreciar un notable trabajo de ambientación y fotografía (más discutible en lo musical), a partir de escenarios mágicos y sin fronteras, puestos en función de superar la simple anécdota y alcanzar, artísticamente, la universalidad desbordante de sus temas.
Pero en Leontina, además de reiterarse el conflicto del sometimiento enfermizo de unos hombres sobre otros hombres sin que se aporte nada fresco y revelador en el calado artístico-político-filosófico del más viejo de los antagonismos, esa alegoría se torna, primero confusa en su discurso, y luego bastante reiterativa en su plasmación moralizante.
Existe en el mundo de la creación artística lo que ha dado en llamarse “la angustia de las influencias”, según la cual el creador se paraliza ante la creencia de que todo ha sido tratado (y hasta bien tratado), encrucijada de la que solo se sale con el propósito —grandioso, al menos en las intenciones— de superar a los que nos antecedieron.
En películas tan disímiles como 1984 (a partir de la novela de Orwell) y la más reciente Los juegos del hambre, para mencionar solo esas dos, se trata el asunto de las tiranías absurdas y aplastantes y aparecen colectivos sociales sometidos por un poder omnímodo que le diseña a sus víctimas, lo mismo el caminar como autómatas, que la imposibilidad de sonreír o de pensar.
Leontina incorpora esos elementos, y otros más, lo cual no sería nada criticable si no fuera porque el pueblo sometido por los “Magníficos”, y al cual llega un grupo de niños para participar en un concurso de pintura, sucumbe igualmente ante una carga figurativa necesitada, al menos, de un poco de respiro e intenciones más claras, que no aportan ni los muchachos, con su decir bastante recitativo, ni tampoco las actuaciones adultas, la mayor parte de ellas sin superar el esbozo del arquetipo, debido, en lo fundamental, a carencias de la dramaturgia.
Una película sustanciosa en visualidad, que deja ver algunas ideas bien concebidas, pero al mismo tiempo verbosa, desigual en sus intenciones de aunar seriedad y gracia y con cierta trabazón en el movimiento de masas (ese tropel que va y viene entre gritos y órdenes de la mandona que encarna Corina Mestre, personaje, por demás, bastante discutible en su concepción literaria).
Valores parciales los de Leontina, entonces, y quizá la puesta en solfa de una manera de concebir el cine por parte de un director de probado talento.
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Hater dijo:
1
3 de julio de 2016
23:27:12
Bárbara dijo:
2
4 de julio de 2016
08:48:06
Joel Ortiz Avilés dijo:
3
4 de julio de 2016
12:35:35
avb dijo:
4
6 de julio de 2016
22:18:34
Yes dijo:
5
8 de julio de 2016
09:03:51
LRV dijo:
6
11 de julio de 2016
16:12:07
Gia dijo:
7
12 de julio de 2016
11:35:51
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