ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

A la tercera fue la vencida. La actual versión de la Orquesta de Cá­mara de La Habana, que como re­cordó el compositor Juan Piñera, honra a sus predecesoras, la fundada por José Ardévol en 1934 y la que en los años 60 animó Manuel Du­chesne Cuzán, exhibió un perfil vi­goroso al llegar a su primera década de existencia.

Liderada en un principio por Iván del Prado, quien ahora se desempeña como director asistente de la Or­questa Sinfónica de la Uni­ver­sidad de Southern Mississippi, y lue­go, has­ta nuestros días, por la joven maestra Daiana García, dio su más re­ciente y convincente demostración de consistencia profesional en la Basílica Menor de San Fran­cisco.

La celebración, mediante un pro­grama concebido por Daiana, abarcó diversas aristas de las posibilidades expresivas de la agrupación y probó la madurez de una con­ductora que ha hecho de la or­questa un instrumento dúctil y coherente a la vez.

Todo comenzó con una mirada al punto de partida, al interpretar una de las obras que figuró en el pro­­grama de estreno de la OCH: Sin­fonía de cámara op. 110, del ruso Dmitri Shostakovich. Ori­gi­nal­mente escrito como cuarteto de cuerdas entre el 12 y el 14 de julio de 1960, y orquestado posteriormente por el director Rudolf Barshai con la anuencia del compositor, destaca la partitura por las gradaciones dramáticas que fluyen en medio de una elocuente claridad formal.

Sobrevino entonces un desfile de solistas, en primer lugar el cellista Alejandro Martínez en la ejecución de El gran tango, pieza que el argentino Astor Piazzolla compuso pensando en Mstislav Rostro­po­vich, y en la que el talentoso instrumentista cubano explayó sus notables cualidades.

El encuentro del trompetista Ya­sek Manzano y Frank Ernesto Fer­nández en el corno inglés en Quiet City, del norteamericano Aaron Co­pland, dejó en el auditorio una muy favorable impresión por el modo en que ambos instrumentistas y la or­questa de cuerdas se comprometieron con la lectura de una partitura que muy pronto trascendió su función incidental para la puesta en escena en 1940 de la obra homónima de Irving Shaw.

A continuación, la OCH se transportó hacia los territorios de la trova y el jazz. Canciones antológicas de Carlos Varela (Monedas al aire y De vuelta a casa) inteligentemente orquestadas e interpretadas por su autor, conectaron con un público que disfrutó, asimismo, del pianismo de Harold López Nussa en su pieza Bailando suiza y de Aldo López Gavilán, junto al violinista William Roblejo, en los imaginativos predios de Talking to the universe.

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