Alguien dijo que cantaba como un ángel. Musicalidad, timbre, entonación, estado de gracia. Yo me inclino a pensar que Philippe Jaroussky es más y menos que un ángel, porque nos recuerda que la poesía se revela en la condición humana y puede y debe estar al alcance de todos.
Esa experiencia fue compartida por quienes asistimos al concierto único que ofreció el célebre músico francés el último fin de semana en la sala García Lorca, del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, para iniciar el ciclo Contratenores del Mundo, proyecto de nuestro Leo Brouwer que debe culminar del 30 de septiembre al 8 de octubre próximo en La Habana.
Jaroussky deslumbra pero va mucho más allá de la seducción y el encantamiento. Lo advirtió Leo al valorar la huella que ha ido dejando en la música vocal contemporánea, comparable a la del violagambista español Jordi Savall en la restitución de antiguos repertorios y la reinserción de una modalidad del canto en la sensibilidad de nuestra época.
Pero esta vez Jaroussky no vino con lo que se ha hecho notar más en el mundo. Ni Vivaldi ni Handel. Ni el Johann Christian Bach de La dolce fiamma ni el Nicola Porpora de Arianna e Teseo. Tampoco fue el cantor arropado por los mejores conjuntos de música antigua de la actualidad, como Les Musiciens du Louvre-Grenoble, Le Concert d’Astrée, L’Arpeggiata, Le Cercle de l’Harmonie, Europa Galante, la Australian Brandenburg Orchestra y Los Barrochisti.
Vino solo con su voz y la compañía de un pianista excepcional, Jerome Ducros, a entregarnos canciones basadas en poemas de su ilustre compatriota Paul Verlaine, buena parte de ellas incluidas en uno de sus más recientes y exitosos registros fonográficos, Green (2015).
El antecedente de esta faena se encuentra en un disco anterior, Opium (2009), secundado por Ducros y otros excelentes instrumentistas, subtitulado con toda intención Melodías francesas, para subrayar el sentido de pertenencia a un territorio. Canciones de Massenet, Hahn, D’ Indy, Lekeu, Dupont, Dukas y Saint Saens cobraron nuevos acentos en la interpretación del contratenor.
Tanto en el caso de Opium como de Green, hay quienes han explicado esta deriva de Jaroussky a partir de la necesidad de ampliar horizontes para un tipo de voz cuyo repertorio se constriñe básicamente a la era barroca y de los castrati. Creo, sin embargo, con Jaroussky que el interés obedece a una toma de conciencia sobre el papel de la lengua en la cultura musical.
Quién entonces mejor que Verlaine (1844-1896) para esa profesión de fe en la naturaleza proteica de una identidad. Suman más de 1 500 las composiciones inspiradas en los versos del poeta precursor del simbolismo. Una de sus frases más conocidas, “la música ante todo, siempre música”, encarna en su obra, y eso fue entendido por los más prominentes compositores franceses desde los tiempos en que el poeta, en vida, se hallaba en su plenitud.
Jaroussky recorrió una amplia gama de canciones verlainianas, interpretándolas de arriba abajo, sin pausas, como quien obedece a la lógica serpenteante de un estudio de contrastes. Fauré, Hahn, Poldowski (seudónimo de una hija del famoso violinista polaco Henryk Wienawski), Bordes, Severac, Chabrier, Debussy, Szulc, Chausson, Caplet, Saint Saens y Honneger se complementaron en una visión poliédrica sutilmente entretejida por la cualidad aérea del canto del contratenor, única y sabiamente interrumpido por cuatro intervenciones de Ducros como solista, entre ellas una de las mejores versiones que haya escuchado de L’ isle joyeuse, de Debussy.
No he olvidado a otros dos compositores galos que recrearon a Verlaine y fueron asumidos por el cantor en su concierto: Leo Ferré y Charles Trenet.
Mientras los creadores anteriormente citados se avienen a lo que la taxonomía estética denomina música de concierto, Ferré (1916 -1993) y Trenet (1913 -2001) se inscriben en la tradición popular de la chanson, esa que en el siglo Xx dio además nombres rutilantes como el de Edith Piaf, Boris Vian, Jacques Brel, George Moustaki y Serge Gainsbourg. Cantautores ambos, Trenet firmó la clásica Le mer en 1946 y Ferré la estremecedora Los anarquistas.
Al cerrar las dos secciones de su recital con Ecoutez la chanson bien douce, de Ferré, y la inefable Chanson d’ automme, de Trenet, Jaroussky dio muestras de amplitud de miras y coherencia conceptual.
Por demás, colocó a Verlaine en un espacio entrañable. No hubo poeta modernista, de uno a otro confín latinoamericano, que dejara de recibir la influencia del francés, Rubén Darío dio testimonio de ello: “Yo confieso que después de hundirme en el agitado golfo de sus libros, después de penetrar en el secreto de esa existencia única; después de ver esa alma llena de cicatrices y de heridas incurables (…) sentí nacer en mi corazón un doloroso cariño que junté a la gran admiración por el triste maestro”. Y cuando se leen los versos de Bustos y rimas (1893), de nuestro Julián del Casal, se advierten las huellas de Verlaine y Baudelaire.
Jaroussky desbordó sinceridad en su canto y supo cultivar complicidad en el auditorio. Más que suficiente para recordarlo.
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Rafael Rodríguez Beltrán dijo:
1
3 de mayo de 2016
14:25:53
Isabelle Respondió:
4 de mayo de 2016
16:55:27
Rafael Rodríguez Beltrán dijo:
2
3 de mayo de 2016
14:26:07
Rafael Rodríguez Beltrán dijo:
3
3 de mayo de 2016
14:29:38
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