
Los cubanos contamos con Benny Moré; los puertorriqueños con Daniel Santos. Pero si se miran bien las cosas, habría que formular de otra manera esa ecuación: cubanos y puertorriqueños, y dominicanos, venezolanos, mexicanos, colombianos, la gente de El Barrio de Nueva York, y todos los latinoamericanos o ciudadanos del mundo que sientan en su sangre el hervor de los bailes tropicales y los arranques sentimentales del bolero, cuentan con Benny y Daniel entre los mitos más enraizados y perdurables de la música popular en el siglo XX.
No es fortuito el paralelismo. Ambos cantaron como dioses, coparon las preferencias de vastísimos públicos, trascendieron las fronteras de sus lugares de origen y delinearon estilos. Ambos también alimentaron sus vidas con aires legendarios. Con una diferencia: Benny murió joven; Daniel, no.
Pero si de leyenda se trata, la de Daniel, protagonista de esta nota conmemorativa, comienza justamente con la fecha de su nacimiento. Ahora mismo la celebración del centenario de su nacimiento tropieza con la dificultad en establecer si fue el 5 o el 6 de febrero de 1916 su punto de partida. Eso sí, nació en Santurce, en el barrio Trestalleres, el de Andy Montañez mucho después, de padre carpintero y madre costurera, emigrantes en los años 20 hacia Nueva York.
En esa ciudad, donde desempeñó en la adolescencia oficios de buscavida, llegó a la música al sumarse a un trío de jóvenes que amenizaba bodas y bautizos, y luego a un conjunto de bailes sabatinos en Brooklyn, hasta que en 1938 Pedro Flores, autor del célebre bolero Obsesión, lo escuchó en el Cuban Casino, de Manhattan, y lo fichó para su cuarteto.
A partir de entonces vivió profesionalmente de la música e hizo sus primeras grabaciones. Solo esa carrera, que en los primeros tiempos lo llevó a la línea vocal de la orquesta de Xavier Cugat, fue interrumpida al ser llamado al ejército de Estados Unidos para combatir en la campaña contra los japoneses en el Pacífico. Por cierto, su canción Despedida fue prohibida por la radio, debido a que parecía desalentar el reclutamiento. Otra cadena de prohibiciones sobrevendría poco después; admirador de Pedro Albizu Campos grabó varios temas a favor de la independencia de Puerto Rico.
Después de la Segunda Guerra Mundial trabajó en Nueva York, Puerto Rico y República Dominicana, país este donde tuvo un encuentro providencial con Amado Trinidad, quien lo contrató para cantar en RHC Cadena Azul, en La Habana. Cuba entró definitivamente en la vida de Daniel Santos, con estancias, unas más largas y otras más cortas, entre 1948 y 1961, grabaciones, presentaciones en la radio, y espectáculos teatrales y en centros nocturnos.
Cantó con el Conjunto Casino y Los Jóvenes del Cayo, armó su propia banda para actuar en Radio Progreso, y recibió uno de los dos apodos que llevaría buena parte de su existencia, el Anacobero, por interpretar la guaracha homónima de Andrés Tallada; el otro, el Jefe, se lo debe a Colombia, en tiempos de bares y cantinas.
Pero el clímax de su trayectoria también lo asoció para siempre a la cultura musical cubana, al unirse por primera vez a la Sonora Matancera en octubre de 1948. De fijo permaneció hasta 1953 con esa mítica formación; sin embargo, después grabó más de una vez con el conjunto de Rogelio Martínez y hasta celebró ya enfermo en 1989 los 65 años de la Sonora en el Carnegie Hall y el Central Park, de Nueva York. Se contabilizan 81 piezas registradas con la agrupación.
Daniel Santos es la voz de Dos gardenias, de Isolina Carrilllo; y por ahí se asoma con El tíbiritábara, Bigote de gato, Levanta Borinquen, Carolina Cao, Donde va José, Qué humanidad, Sabrosito, Rumberos vamos a la rumba, y El que canta, dedicada a Sindo Garay.
Y sobre todo su voz se eleva en Sierra Maestra, grabada a finales de 1957 en Caracas, canción himno que acompañó la gesta libertaria encabezada por el Ejército Rebelde y su líder Fidel Castro.
Mientras pudo, Daniel cantó aquí, allá, acullá. Casi sin fuerzas, en los años 80, cantaba. Hasta que el 27 de noviembre de 1992 murió en una pequeña localidad cerca de Orlando, en la Florida.
El escritor colombiano Hernando Calvo Ospina recuerda: “Su cuerpo fue trasladado hasta su Borinquén, y enterrado en el cementerio de Santa María Magdalena, de la capital, cerca de las tumbas de Pedro Flores y Albizu Campos. De manera emblemática su sarcófago y el sepulcro fueron cubiertos con la bandera puertorriqueña”.












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paco dijo:
1
8 de febrero de 2016
07:57:56
Prudencio dijo:
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8 de febrero de 2016
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Rick Tapir Respondió:
8 de febrero de 2016
18:03:50
Rosa María dijo:
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8 de febrero de 2016
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Jaime Suarez C. Respondió:
13 de febrero de 2016
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pedro dijo:
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8 de febrero de 2016
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Efman dijo:
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Maruchi dijo:
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8 de febrero de 2016
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Omar Segura dijo:
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9 de febrero de 2016
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Jerry Medina dijo:
8
10 de febrero de 2016
12:07:24
Jaime Suarez C dijo:
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13 de febrero de 2016
22:16:05
carlos alfredo angulo ortizlo dijo:
10
26 de febrero de 2016
11:59:16
Benjamin Vazquez dijo:
11
6 de marzo de 2016
09:30:33
Josean ramos dijo:
12
22 de octubre de 2016
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